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La destrucción del Bajo Manhattan y el alma de la ciudad moribunda

Trabajadores descansando

Luis de la Cruz

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Hay exposiciones que buscan la coherencia a posteriori –¿Cómo coser la última obra del artista bajo un título?– y otras que nacen como una unidad desde el principio. Es el caso de La destrucción del Bajo Manhattan, muestra del fotógrafo Danny Lyon que podemos ver en el Museo ICO hasta el próximo 17 de enero.

El de Lyon es un ensayo visual sobre la ciudad que aun late entre las ruinas, en un momento de destrucción y fantasmas. Un recuerdo de lo que fue el Bajo Manhattan, hasta su desaparición parcial en 1967. Lyon documentó con su rolleiflex el proceso de demolición de 24 hectáreas en pleno Nueva York. Es el adiós de la robusta ciudad decimonónica para, entre otras cosas, hacer hueco al World Trade Center. Paradójicamente, la destrucción se abriría paso allí de forma aún más abrupta años después.

Impresiona ver las calles entorno al Puente de Brooklyn, Washington Market o la Calle West completamente vacías; impresionan también las miradas profundas de los últimos habitantes, la expresividad de los interiores moribundos y la fisicidad de los trabajadores de los equipos de demolición retratados por Lyon. El ensayo versa también sobre el mundo del trabajo.

En la muestra late la confrontación urbanística durante los sesenta entre la ciudad del cirujano y los grandes proyectos de Robert Moses, y la ciudad mirada a pie de calle de Jane Jacobs. Es Nueva York, con sus imponentes edificios conocidos por todo el planeta, pero hay algo aquí, –los ladrillos amontonados para ser vendidos, el primer plano del mobiliario de otro tiempo, los capataces blancos y los operarios negros,–, que podríamos encontrar en cualquier barrio apisonado por el progreso de cualquier lugar del planeta.

La exposición se muestra desnuda. Para qué más. Solo las fotos y las frases del propio Lyon que, tanto en las paredes como en los pies, nos guían por 76 estampas de aquel Bajo Manhattan.

Por ejemplo:

El fin de estos edificios fue un momento clave para mi. No importaba demasiado su relevancia arquitectónica. Lo que importaba era que estaban a punto de ser destruidos. Manzanas enteras desaparecerían. Todo un barrio. Se estaba desahuciando a los escasos últimos inquilinos y nunca más se volvería a construir un lugar como este. Las calles afectadas estaban entre las más antiguas de Nueva York, y cuando las vallas de los equipos de demolición cerraban partes de las mismas, significaba que nunca más se volverían a abrir…”

O, mirando desde más cerca:

17 de mayo. Hoy he encontrado este libro en blanco en el alféizar de una ventana de una imprenta abandonada en la calle Fulton. También me he caído por las escaleras del nº 83 de la calle Beekman…”

O, con personas en el plano:

Durante los innumerables días que pasé con los operarios de demolición, observándoles nivelar la calle Beekman, mi respeto por ellos aumentó enormemente. Hacen bien un trabajo difícil y peligroso y es un error pensar que sienten por el mismo cualquier otra cosa que no sea orgullo”.

Cuando Lyon abordó este proyecto, era ya conocido por ser fotógrafo de los movimientos civiles en Estados Unidos (particularmente en Chicago, dentro del movimiento Concerned photographers) por lo que se le presuponía ser un buen fotógrafo de personas. Con esta serie, que está en su parte más obvia protagonizada por la ciudad, seguramente captó todo lo que de humano tenían, y dejaban de tener, aquellas calles muriendo. Es por eso que La destrucción del Bajo Manhattan es también una exposición llena de humanidad.

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