Se ha escrito mucho sobre las elecciones en los Estados Unidos. Hemos leído sobre Clinton, Trump, las encuestas, la campaña, las barbaridades que se han dicho… etc. Se ha escrito menos sobre qué funciona bien o mal en la política de ese país. Hace unas semanas pude escuchar un podcast de Freakonomics radio en el que se entrevistaba a una serie de políticos, académicos, expertos y periodistas en cuestiones político-electorales de dicho país. La pregunta que se les hacía era muy simple: ¿Qué practica/comportamiento político-electoral merece morir?
La pregunta es más que relevante. Comparemos las siguientes cifras. El American National Election Study –el estudio demoscópico de referencia entre los investigadores– de 1958 mostraba que un 73% de los americanos –utilizo este término junto el de estadounidense de forma equivalente– confiaban en su gobierno siempre o casi siempre. En 2015, el porcentaje era del 19%. A continuación, y a partir de dicho programa de radio, voy a presentar y comentar algunas de las muchas propuestas que ahí se presentan y se pueden implementar en Estados Unidos. Prácticamente a coste cero. Algunas, se podrían trasladar a Europa.
Eliminar las 'primarias cerradas'. En once estados ya existen primarias abiertas y aunque la evidencia aún no es definitiva, parece que en algunos estados, como California, las elecciones son más competidas y el congreso del estado menos disfuncional de lo que era. En las primarias participan los más convencidos y militantes. Y si solo son los más ‘activistas’ los que terminan votando en las primarias, los candidatos más centrados de ambos lados del espectro lo tienen más difícil para salir elegidos. Y al revés: si los candidatos saben que su nominación depende de un sector muy concreto de votantes, se deberán precisamente a ese pequeño porcentaje de votantes, reduciendo las posibilidades de un acuerdo con los demás. Esto hace que, para muchos, haya una desconexión entre una parte del público –que son votantes moderados de ambos partidos– y sus representantes.
- Según muchos estudios y artículos en prensa, la política norteamericana está muy polarizada: tanto que se llega a los niveles del final de la reconstrucción, en 1879. Y esto es muy problemático porque la capacidad de conseguir acuerdos entre los partidos disminuye. Como bien muestran Hare, Poole y Rosenthal en 2014 esto se debe a varias razones. Primero, el movimiento a la derecha del Partido Republicano y la entrada de republicanos ultra-conservadores. Segundo, la desaparición de moderados en los dos partidos. Tercero, representantes que hace años eran considerados referentes progresistas o conservadores en comparación que el resto de sus compañeros de partidos, hoy se consideran moderados. Un ejemplo: en 1981, el Senador McCain estaba a la derecha de la media del Partido Republicano; hoy es un moderado entre los republicanos. Nótese, que esto indicaría que las diferencias en Estados Unidos entre demócratas y republicanos son evidentes. Digo esta obviedad porque todavía se escuchan voces afirmando que no hay diferencias entre los partidos. Parece lo contrario.
Eliminar el voto único. En Estados Unidos se vota por un candidato que puede ganar o perder. Si hay 10 candidatas en la elección, solo eliges a una. La propuesta no es solo votar por una, sino poder expresar el orden de las preferencias, de mayor a menor. Así, si la opción preferida no gana, se cuenta la segunda opción. Este sistema, a la vez garantiza que la ganadora sea la preferida por el electorado a la vez que se reducen los incentivos para el voto estratégico (votar a la segunda opción porque tiene mayor probabilidad de ganar y minimizar el éxito de la opción menos preferida).
- La ciudad de San Francisco utiliza este sistema para elegir a su alcalde (y en Australia se eligen a los senadores por este sistema). Otra ventaja de este sistema es que los candidatos se han de comportar mejor durante la campaña: si uno es un candidato demócrata y espera ser la segunda opción de los verdes, por ejemplo, difícilmente se enzarzará en una espiral negativa o de polarización con precisamente los candidatos de los que pretende ser la segunda opción. En Australia, en las elecciones al Senado, los partidos sugieren a sus votantes que otros partidos prefieren que vayan en las opciones dos, tres, etc.
¿Un distrito, un representante? En un sistema mayoritario quien consigue la mayoría de los votos, se hace con el escaño. Así, se puede ser el representante del 100 del distrito con el 51% de los votos (o menos si hay más de dos candidatos). En tanto que hay distritos que no son competitivos porque hay mayorías demócratas o republicanas muy claras –normalmente se llega a ese proceso mediante el diseño de las fronteras de los distritos electorales, lo que se conoce como gerrymandering– esto hace que si uno vive en el distrito ‘equivocado’ políticamente, su preferencia no cuente.
- Ante esta situación, hay varias propuestas. Desde Fair Vote, se propone mantener el número de representantes a nivel estatal, pero reducir el número de distritos, con lo que tendríamos distritos más grandes. Por ejemplo, si en Massachussetts, se pasa de 9 distritos a 3, y se mantienen los 9 representantes (que responden a criterios poblacionales), entonces se puede obtener representación con un tercio de los votos, obteniendo distritos más plurales.
¿Demasiado dinero? No. Mal repartido. Uno de los argumentos más recurrentes que escuchamos sobre las campañas norteamericanas es que se gasta mucho dinero. En 2012, por ejemplo, se gastaron 7.000 millones de dólares en las contienda del Congreso, Senado y Presidencial. Es un dineral. Pero en Estados Unidos la industria del automóvil cada año se gasta 25.000 millones anunciando coches. Efectivamente: gastan más en vender coches que en ‘vender’ candidatos. Lo importante para el profesor Bruce Ackerman no es tanto la cantidad si no quién se gasta el dinero. Como explica Ackerman, durante esta campaña los grandes donantes –más de 2.000 dólares– representan el 30% y aquellos dando más de 500 suponen el 50%. Ahí radica el problema.
- Para cambiar esta situación, a partir de 2017, en Seattle harán las cosas de una forma diferente: sus residentes podrán contribuir a los candidatos locales sin gastar de su propio bolsillo. ¿Cómo? El Gobierno de la ciudad enviara a cada votante registrado 4 cheques de 25 dólares que podrán dar a los candidatos que prefieran. Aunque los candidatos pueden optar por no incorporarse a este sistema, los que decidan participar tendrán sus gastos más limitados así como las donaciones privadas. Por cierto, esta propuesta fue aprobada en referéndum local con más del 60% de apoyo. Obviamente, este sistema tiene limitaciones y no es perfecto pero puede distribuir el gasto de una forma más equitativa.
Hay bastantes más propuestas que podrían alumbrar cambios importantes en la forma en la que entendemos la política de Estados Unidos. En futuras entradas trataré algunas otras en más detalle.