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CV Opinión cintillo

Demasiadas muertes

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Imposible sustraerse al titular. 

El homenaje fúnebre de la tarde del 29 de octubre, en el que al final también la lluvia tributó, de forma inesperada, el recuerdo y el testimonio de porqué allí cerca de mil personas lloraban ante la pérdida y la injusticia, impide pensar en otro encabezamiento a estas líneas.

El destino siempre nos alcanza de un modo u otro y por ello, sabiéndolo quienes contemplábamos el funeral de Estado, sentimos junto a ellos la furia y la congoja de familias perdidas; sabemos que la lluvia, el barro y el lodo, forman parte del ADN de nuestras tierras, de nuestra Comunitat, en la que, como escribía Raimon, “en mi país la lluvia no sabe llover”. Algo que generación tras generación hemos sufrido y hecho frente, porque llueve mal, pero también ancestralmente hemos aprovechado ese agua que no solo trae barrancadas sino casi siempre el alimento y sustento de huertas, campos y cultivos.

El problema surge cuando negacionistas, interesados, ignorantes o, peor aún, negligentes, lo evaden y se mofan. O, incluso peor, cuando a sabiendas, avisados por quienes sí investigan, conocen, publican y difunden, hacen dejación de unas responsabilidades que les han sido delegadas –no lo olvidemos: delegadas- por el voto de sus conciudadanos. Y eso sí que es muy grave.

Demasiadas muertes; sí, demasiadas muertes absurdas que no debían haber sido. Demasiada incredulidad de quienes esperaban el regreso a casa de los suyos, que no volvieron. Demasiado abandono de quienes ostentan por ahora un gobierno autonómico de una región rica, diversa, plural, culta y abierta, en la que, seguramente para algunos, también hay demasiada tradición, cultura, lengua e historia común y diversa, y demasiado respeto a quienes nos circundan, a quienes trabajan con nosotros llegados de fuera. No debieran olvidar que también tenemos “demasiada” paciencia con algunos y, eso sí, muchísimo respeto y amor hacia nuestro autogobierno y nuestras centenarias instituciones.

Eso nunca es demasiado, y no debiera ser degradado.

Se atribuye a Esquilo, uno de los fundadores de la tragedia griega, la frase que 2500 años después sigue dolorosamente presente, y parece mentira: “la verdad es la primera víctima de la guerra”. La verdad, ese valor que debiera ser eterno y garante de la dignidad humana, sucumbe ante los intereses, sujeta a falsedades y manipulaciones. Algo muy difícil de enfrentar, porque la soberbia y la ignorancia son los peores “pecados” humanos, y por ello muy fácil de que tendamos al abandono y el fatalismo.

No lo hagamos. Porque también hay que pensar que nunca habrá “demasiada” justicia ni “demasiada” ley que pueda ser ejercida y aplicada con rigor en la medida que proceda. No podemos caer en el sentimiento de abandono mientras sigamos creyendo –y así es- que estamos en un Estado de derecho, que no solo organiza funerales, sino que también protege a quienes formamos parte de él; a todos y cada uno.

Demasiadas piedras en el camino desde hace un año, y no solo los terrones de lodo o los restos de puentes y carreteras que han ido retirando las excavadoras. Demasiado dolor aún vivo en el día a día de muchos. Y quien esto suscribe se abandona también, como cualquiera, a la sensación de vorágine, odio y desencuentro que nos rodea.

Frente a todo ello, busquemos una vez más en los clásicos, que también vivieron, sufrieron y pensaron como cualquiera de nosotros, un referente que impulse a reparar el daño, mitigar el dolor e intentar que la verdad salga a la luz: también Esquilo escribió que “la felicidad es una elección que a veces requiere esfuerzo”. 

Ese anclaje es primordial. Ahí debemos seguir y no cejar en el empeño.

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