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Esto se acabó, chicos

Esther Jovaní Roda

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La puesta en libertad provisional de La Manada parece una suerte de resistencia del lobby judicial ante la avanzadilla, que les ha sobrepasado, de la calle. De ‘la gente’, que diría aquel. La representación de una escena en la que se vislumbra la posibilidad de pérdida del estatus inigualable de los Poderes del Estado.

No entraremos a discutir el pésimo momento procesal en que se toma tal decisión, que lo es. Tampoco la penosa redacción del argumentario en que el tribunal se sustenta, que lo es. Ni siquiera vamos a decantarnos por la vía del trasnochado Código Penal o la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que también. Aunque el 504 contiene buenos presupuestos que bien podrían haber tenido en cuenta el Tribunal de La manada para, precisamente, decidir en contrario.

Puesto que doctores tiene la iglesia, que hagan su trabajo.

Aquí y ahora nos estamos enfrentando a un cambio de paradigma en la concepción sobre el lugar que nos ha tocado en suerte (¿?) ocupar a las mujeres. Y ha comenzado a calar en el imaginario colectivo porque esa fina lluvia persistente, ese chirimiri violeta a lo largo de los tiempos, ha devenido en un brotar de ojos de agua por donde menos se esperaba, desde donde jamás se hubiese imaginado, desde donde la parquedad de miras se hacía escuchar como lo neutro, lo central, lo normal. Resulta que ahora nos damos cuenta de que, lo normal, no era más que un secarral de cigarras que silencian apenas cuatro gotas y un poco de aire fresco.

Mucha metáfora, sí. Con permiso de ustedes. El secarral es donde las mujeres hemos vivido siempre, generación tras generación. El chirimiri, todas aquellas esforzadas acciones de las feministas o las a punto de serlo con acciones que parecían no calar en el terreno, pero que aún así no han dejado de insistir sobre que vivíamos en un hábitat yermo. Las cigarras, no creo que necesite mucha explicación, ese ruido sistemático e insalubre por ensordecedor, que no comunica más que la anulación de cualquier intento de escuchar más allá del mismo. Lo normal, hasta ahora.

Dicen que se ha impuesto la moda de la perspectiva de género, algunos lo denominan la ideología de género, y siguen situándose en el centro por ello. En realidad, todo un clamor. Pero aún siendo muy cierto que los operadores jurídicos, como otros tantos profesionales, deberían formarse en sus estudios desde aquella perspectiva, no deja de ser paradójico que en lo que deberían ser instruidos resulta ser sobre más de la mitad de la población a la que aplican sus leyes, que no son lo mismo que la justicia, como ya se sabe. Estamos reclamando que aprendan a ver a las mujeres tal y como son y no como en ellas se representa el ideal propio de legisladores y jueces. como si se tratara de una comunidad ajena que ha irrumpido de repente.

Las feministas, que las hemos dejado entrar y ahora nos quieren gobernar. En nuestra propia casa, dónde se habrá visto.

Ellas, las de enfrente, las otras. Las demás a partir del núcleo, lo central y normal que marca, como unidad de medida, no solo cómo es el mundo sino cómo ha de seguir siendo. Todavía estamos las mujeres en el margen de la sociedad, de cada uno de los espacios o circunstancias también, quedando siempre en un costado, un aparte, mirando y escuchando qué se dirime sobre nosotras. Sin nosotras. Excepto cuando nos hacemos presentes, desestabilizando el orden establecido, trayendo problemas, vaya, y entonces se nos escruta detenidamente con esa unidad de medida modelo de cómo se debe pensar y actuar. De cómo se debe sentir en cada situación de la vida. Lo que es lícito y no que sintamos.

Estará bien que se instruyan en nuevos conocimientos sobre las mujeres con eso de la perspectiva de género, aunque tengamos que esperar una generación para ver los resultados. Teniendo en cuenta que falta determinar qué resultados se supone debemos esperar.

A mayor instrucción sobre género, de legisladores y jueces, no tiene por qué resultar menor número de violaciones a priori. Pero la detección clara de una intimidación, el momento y razón en que la víctima se abandona a su suerte, los mecanismos por los que se procura gustar al victimario, sea tío, primo, hermano, padre, vecino, novio o absoluto desconocido, puede ayudar a dar legitimidad, a dignificar, a las víctimas.

Una vez conocida, la cualificación de una agresión sexual, por definición contra las mujeres y niñas o niños (no se pierda de vista esta unidad de colectivos vulnerables), siempre por hombres, puede con una buena perspectiva de género hacer visibles elementos circunstanciales determinantes en el hecho. Pero sin la visibilización que está dando el movimiento feminista en las calles y, por fuerza, a las Instituciones, sería imposible llevar esta cuestión hacia la prevención, que es lo fundamental.

Es alarmante la sola posibilidad de que las televisiones se beneficien, proveyendo de pingües emolumentos a los condenados, si llegan hasta el extremo de darles pábulo. Así se fragua la ideología de la violación. El control informal, por sí solo, no puede cargar con la responsabilidad de sostener la línea roja que jamás se debería traspasar en un estado de derecho. Nosotras hemos hecho nuestro trabajo, dentro de la más estricta legalidad… de momento. Quedamos a la espera de la respuesta de los Poderes del Estado. Si el marco legal no es suficiente para salvaguardar los

derechos básicos de los colectivos más vulnerables, nadie puede garantizar que alguno de éstos no decida traspasarlos. Esto se acabó, chicos.

*Esther Jovaní Roda, En clau de Dona, Castelló

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