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30 años de Cinema Jove bañando de cine a Valencia

Javier Caro

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Al marcharme del hotel donde se hospedaban los directores y colaboradores de Cinema Jove, me provocó un sentimiento de tristeza absoluta. Al cruzar la esquina de la Plaza Rodrigo Botet con la calle Barcas, miré hacia atrás, el mundo de luces, cine, charlas sobre el propio cine, y el amor por la cultura quedaban atrás. Al pasar por el Teatro Principal, sonreí, hacía unas horas en ese mismo coliseo se aplaudía a gente que cuenta historias, algunas mejores y otras peores, pero que son honestan y las transmiten con la ilusión de que alguien las vea y sienta algo.

Este año Valencia ha visto como se cumplían 30 ediciones del festival más longevo de la ciudad, de un evento que ha tenido que bajarse de la bici en muchas ocasiones y quitarle los palos que algunos les ponían en las ruedas. Rafael Maluenda, director del festival, ha sabido encontrar el equilibrio justo como para no ser devorado por los recortes y el menosprecio consistorial por la cultura. Él ha concebido un festival lleno de caras extrañas e irreconocibles a primera vista, directores que pasan de puntillas en los círculos menos excitantes del cinéfilo medio. Pero que se dejan ver a los ojos de los más rastreadores.

Alejado por completo de Hollywood y de las producciones que no necesitan de avales o trampolines, Maluenda nos trae a un sueco de apellido imposible de decir a la primera sin hacerlo mal, como Ruben Östlund, el cual se llevaba el premio Luna de Valencia. Con Ruben nos hemos dado cuenta de muchas cosas, algunas ya las sabíamos, otras no. El tiempo en su cine no es importante, los planos son largos, con silencios, con miradas derrotadas, con llantos irrefrenables, y con digresiones en forma de subtramas absurdas, tan absurdas que casan con la triste realidad que nos cuenta.

El señor Östlund era un completo desconocido para mucho por aquí, aunque es cierto que con su último film, “Turist”, sí había alcanzado cierto prestigio por estos lares. Cinema Jove se atreve a indagar, a construir realidades que están fuera del objetivo, del ojo del público menos ducho, ellos son la correa de transmisión que activa nuestro paladar para asistir a un cine distinto en matices y en sabores. Ha sido una semana dura, quién haya ido a un festival de cine lo sabe, es imposible verlo todo, pero aun así lo intentas. Te acomodas en la butaca con varias caras conocidas, al final el que acude a un film, vuelve, quizás contagiado por la propia naturaleza del evento. Te sientes en casa, pero no en la tuya, sino en la que ha elegido el festival para ti. Una casa que te puede romper los moldes, que puedes detestar o fascinar.

A veces es mejor no leer la sinopsis, confiar en los programadores, en su sapiencia, que en esta edición ha sido mucha, y dejarte llevar. Ver una película albanesa, holandesa o sueca. Cine que está vetado para el gran público, que se muestra esquivo, no por calidad, sino por la presencia y dureza del americano, que como un coyote lo devora todo. Gracia Querejeta nos dijo que hay que apoyar al cine español, y estoy de acuerdo, pero, ¿y apoyar al cine bueno, al que cuenta historias de otros lugares recóndito?. Y eso hace éste festival, apoyar el cine de calidad, sin patriotismos de pandereta o sin cercos alrededor de la península. Un festival con una única premisa: la calidad en las historias por encima de todo. Quizás ver a mujeres sometidas al más sucio de los machismos como en “Vergine Giurata” o el despertar homosexual de una joven de pueblo en “Zomer”, nos haga entender que existen unos lazos universales en todas las culturas y en todas las civilizaciones.

En esta emocionante edición se ha hecho un ejercicio para visibilizar el cine hecho por mujeres, y se ha realizado del modo más honesto, proyectando cinco films dirigidos por ellas, películas de una altacalidad, que demuestra el estado inmejorable que tienen las realizadoras de otros países. Carolina Hellsgard, Salomé Aleksi, Colette Bothof, Laura Bispuri y Sophie Artur, que para mi fue la mejor con el film israelí “Emek”, han sido las grandes valedoras de la demostración de que el cine dirigido por mujeres tiene un aroma especial. Será difícil olvidar la crudeza y la belleza que le imprimen a sus trabajos.

Cinema Jove pudo morir, pero lo hubiera hecho peleando y mostrando el cine que quieren, La Mostra, el hermano grande, con más presupuesto y con mayor presencia en los medios, había caído, y si se desmoronaba el gigante, el pequeño, como mínimo, sentiría el golpe a su lado. Y aunque todo eso sucedió, el festival siguió, aunque por un camino tortuoso, siempre negado por un sector del público mal asesorado, que piensa que todo lo que no comprende, no merece la pena. Santiago Segura o Alex de la Iglesia, comenzaron sus carreras prácticamente aquí, le deben mucho a Valencia, una ciudad que siempre estará en los corazones de estos dos directores, y en los de muchos más. El festival les permitió exponer su obra, mostrarla a un público crítico, curtido en mil batallas. Cinema Jove le concedió la posibilidad, algo que otros evento de cine no hacen, de aparecer en los medios que cubrían el festival, y llegar así con más galones a sus largometrajes. Pasar por aquí siempre ha sido sinónimo de calidad, de proyección y de prestigio, aunque muchos no lo hayan querido ver. Pero no son lo único, hay miles de cineastas que han dado sus primeros pasos en el histórico festival, directores y actores que pese a no llegar a cotas de fama como los anteriores, se han ido marcando una carrera, quizás Cinema Jove fue su trampolín, la palmada en la espalda que les daba seguridad y ánimo para seguir con su sueño. Porque, como ya he dicho, exhibir aquí tu obra, siempre ha sido un lujo casi exclusivo de los trabajos anuales de mayor calidad.

Con estos 30 años sobre sus espaldas, 30 años de golpes y de abrazos, el festival demuestra a la ciudad que es un evento necesario, no por teñir sus calles de los colores del cine y de ese perfume embriagador a celuloide que siempre está presente en sus ediciones, sino por generar ilusiones. Ilusiones en los directores que presentan trabajos, ilusiones en el público, que no se ven solos en su amor al séptimo arte más íntimo, ilusión por devolver a Valencia al lugar que nos han robado, y donde el cine era uno de sus mayores valores.

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