Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
OPINIÓN

Uña y carne 

Viajar a un ritmo de 20 kilómetros por hora permite percibir esos matices que se pierden con el automóvil.

0

Escribo esta columna en la habitación de un hotel de Uña situado en la ribera de su célebre laguna. He acudido a este pintoresco paraje de la provincia de Cuenca, relativamente cercano al lugar donde nació el abuelo que me legó el primer apellido, para encontrarme con una amiga que vive en una isla mediterránea.

La mayor parte de mis mejores amigas han emigrado, algunas hace mucho tiempo y a lejanas tierras. Por eso, estoy dedicando buena parte de mi largo y cálido veraneo a visitarlas allá donde se encuentren. Acudo siempre en bicicleta, una costumbre que conlleva una cierta planificación y mucho esfuerzo físico, que quedan sobradamente compensados por la maravilla de muchos de los paisajes atravesados a un ritmo que permite percibir esos matices que se pierden con el automóvil.

No voy de excursión sino que viajo, pues tengo un rumbo y un objetivo. Esta es mi segunda incursión en Cuenca en dos semanas. En la primera me recibe una amiga que trabaja en las tripas de la gobernación de España, el lugar que todo lo engulle, todo lo digiere y todo lo expele.

Hay un hecho en ella que me maravilla; como se dice de algunos altos funcionarios, tiene el Estado en su cabeza, no tanto a un nivel administrativo como político. Platicando con ella tengo por momentos la sensación de estar ante un Maquiavelo, un Talleyrand o un Fouché, todo en una misma persona que, además, es buena persona, y no solo conmigo, con sus otros amigos o con un perrito desamparado que encuentre por la calle, sino en general y de verdad. Su mera existencia y proceder desmienten el lugar común según el cual la política es un ambiente tóxico donde nadie se salva de acabar paranoico o el tópico de que para llegar alto hay que escalar sobre cadáveres. En todo caso, lo que hay que hacer es subirse a hombros de gigantes.

Sobre ellos posado me siento, por un instante, mientras atravieso la Serranía en la parte que alguien bautizó, y con razón, como Montes Universales. Allí veo nacer ríos que después regarán o anegarán mi país o se verterán amplios y caudalosos en el Océano Atlántico. Apenas fuentes o charcas, irán creciendo, captando aguas por sus dos riberas y atravesando comarcas e incluso fronteras. Aquí el Guadalaviar (más tarde Turia) y a su lado, el Tajo, ajeno aún a su futuro toledano y lisboeta. Unos pocos cientos de metros más allá, el Cabriel y en su cercanía, el Júcar, por cuyo valle desciendo casi sin pedalear desde Tragacete.

Mi llegada a Uña, en plenas fiestas, me ha unido de nuevo, aunque brevemente, a otra amiga a quien alguna vez he calificado (nunca en su presencia) como mi alma gemela. No nos parecemos en nada, pero lo compartimos casi todo. Profesional sanitaria de gran prestigio, tuvo un papel crucial en la puesta en marcha de los análisis masivos de Covid-19 en el hospital de referencia de la comunidad autónoma donde reside.

Con ella hice mi primer Camino de Santiago y muchos más después. Con ella sigo caminando cada día en la distancia, pero siempre en paralelo y sin perdernos de vista. A veces, acelero un poco para ganar la ventaja justa que me permita fumar un cigarrillo mientras la observo llegar a mi altura para continuar juntos.

Tengo amigas que son ya carne de mi carne, que me convocan, me esperan y, en el colmo de la generosidad, se alegran de verme

Mi siguiente periplo me llevará hasta la capital de Alemania. Como ya expliqué en otra columna, allí me espera una vieja amiga que ha tomado Berlín al asalto y que, no lo duden, podría tomar Manhattan si se lo propusiera. La visita es impostergable porque su afán aventurero y conquistador podría llevarla en cualquier momento a otra gran capital o al fin del mundo.

Escribo esta columna con orgullo, como para darme importancia. Tengo amigas que son ya carne de mi carne, que me convocan, me esperan y, en el colmo de la generosidad, se alegran de verme. Somos, o al menos así lo siento yo, como esos ríos que nacen cerca y que luego emprenden su diáspora para acabar confluyendo en el gran océano de la vida. Yo me limito a acudir a su llamada, como el fiel que sabe qué hacer cuando oye el canto del muecín. A veces me demoro, a veces llego con algo de retraso, pero peregrino siempre con la confianza ciega de que en su casa y en su corazón tengo un hogar. Ya sé que es mucho decir y por eso lo digo.

Etiquetas
stats