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CV Opinión cintillo

La cultura valenciana y el dinosaurio

José Manuel Rambla

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Faltan pocos meses para que comience el año Berlanga y resulta tentador ver un cierto espíritu berlanguiano en los 21.134 millones de euros anunciados por Ximo Puig para la recuperación y modernización del País Valenciano. Siempre que reciba las bendiciones de los fondos europeos, claro. Como los vecinos de Villar del Pino haciendo su lista de deseos para cuando lleguen los americanos –de un burro a un tractor, pasando por una máquina de coser–, el president del Consell desgranó hasta 410 programas que se confía impulsar en los próximos seis años. Y si el entrañable Pepe Isbert confió en el simpático y vividor Manolo Morán la misión de atraer los favores de los americanos, Puig ha encomendado un reto similar a Jorge Alarte para lograr que, a través de Moncloa, nos lleguen las ansiadas ayudas desde Bruselas.

En cualquier caso, frente a la ingenuidad de aquel pueblecito berlanguiano, hay que reconocerle a Puig el mérito de ser uno de los pocos políticos españoles, si no el único, que ha trasladado al primer plano del debate político la necesidad de una seria reflexión sobre el destino y el reparto de unos fondos de recuperación que, en efecto, serán clave para afrontar los retos sociales, sanitarios y económicos que arrastra el país, y que la actual pandemia ha venido a agravar. Frente al cortoplacismo demagógico que caracteriza la política española, esa mirada más allá del siguiente tuit es de agradecer. Aunque por el momento, los anuncios del president no dejen de habitar la etérea región de los deseos.

Claro que, ¿qué sería de la vida sin los deseos? Su presencia en nuestra cotidianidad es el tema elegido por la nueva edición del festival Russafa Escènica que estos días ha echado a andar en la ciudad. Porque los deseos son el empuje que anima para alcanzar una meta, pero también pueden llegar a ser la rémora que nos hunde en las frustraciones. Bien lo sabe un sistema que los ha convertido en el combustible perfecto para la máquina del consumismo, mientras hace recaer sobre nosotros la responsabilidad de los fracasos, provocados en gran medida por  una maquinaria que hace tiempo que no da más de sí como evidencian sus crujidos de pobreza, crisis económica o regresión democrática. También de crisis cultural.

Para afrontar esta última Ximo Puig adelantó la intención de la Generalitat de impulsar hasta 2027 un plan de 25 millones de euros para la rescatar al sector del naufragio. La cifra no es para echar cohetes, tal y cómo está el patio, pero tampoco está mal. Aunque el problema de los números, como el de los deseos, es que lo mismo encienden expectativas que terminan apagando los ánimos. O viceversa. La puesta en marcha en marzo del programa reActivem, inspirador del nuevo plan, con su inyección de 4 millones de euros como acción de choque en pleno confinamiento, y la reciente movilización del sector cultural encendiendo la luz roja de todas las alarmas, son las dos caras paradójicas que caracteriza la misma moneda.

Porque al final de lo que se trata es de sacar los guarismos de las sufridas tablas de Excel y los titulares de periódicos para trasladarlas a la realidad, mucho más compleja que las ordenadas páginas de los informes y menos vistosas que las campañas mediáticas. Pero ahí está el quid de la cuestión. En última instancia se trata de gestión política, esa mezcla de voluntad y medios que permite evitar que la lista de los deseos termine convirtiéndose en el cuento de la lechera. Se encargaba de recordarlo hace unos días, precisamente, Jerónimo Cornelles, director artístico de Russafa Escènica: con el asfixiante 2020 entrando en su recta final, el engranaje burocrático de la administración sigue sin terminar de tramitar la concesión de las ayudas al sector de las artes escénicas, incluidas las que afectan al propio festival. Y la rigidez burocrática no es el único problema para superar las graves carencias que el tejido cultural valenciano presenta: debilidad de su estructura empresarial, precarización extrema de sus trabajadores, bajo nivel de consumo cultural entre la población, deficiente proyección exterior. La lista sería tan amplia como los deseos de los vecinos de Villas del Pino o los planes de Ximo Puig. Por cierto, la mayoría ya estaban identificadas y presentes en el Plan Estratégico Fes Cultura 2016-2020. Esto no ha impedido que, como el dinosaurio de Monterroso, al despertar cada mañana las sigamos viendo ahí.

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