Racistas no, España no es un zoo
Hubo un tiempo en que Jumilla era conocida por el vino. No sé si era bueno, pero fama de peleón tenía. Y ya se sabe que quien tuvo, retuvo. Además, se ve que con la canícula circula alegremente entre lo más granado de la sociedad local. La suma de ambos factores parece estar en la base de una iniciativa del concejal voxero de la localidad murciana Juan Agustín Carrillo. Igual que Médicos sin Fronteras tiene su público, Analfabetos sin Vergüenza tiene el suyo, y Carrillo se ha convertido en el poster boy. Y encima lo lleva a gala.
El ínclito decidió el otro día que iba a salvar la cultura española, siempre en peligro de extinción, ante la amenaza que supone que otros españoles aporten sangre nueva a nuestra identidad cultural. Así, presentó una moción para prohibir la fiesta del cordero que marca el fin del Ramadán. A mí, cuando alguien de Vox presenta una iniciativa así, por escrito, no me extraña el contenido, sino que sepa escribir. El PP en lugar de rechazar la enmienda, se dedicó a tunearla para que no fuera tan descarada, y mantener la prohibición disimulada como una regulación sobre cómo usar el polideportivo local. Ellos no son racistas, tienen un amigo musulmán, pero…
Lejos de achantar, cuando empezó la tormenta, el PP local ha ido insistiendo en que no había nada de racista. Pero como los de Vox no tienen ninguna necesidad de ocultarse, fue aprobarse el texto modificado y el tal Carrillo proclamó. “Objetivo cumplido”. A partir de ahí, cualquier intento de justificarse por parte de los populares ha quedado en nada. En tan poco que tampoco hemos visto muy preocupado a los de Génova. En un indisimulado guiño a los ultras —a cambio de un mísero voto— el PP jumillano añadió unas sabías palabras comprometiéndose a “defender lo nuestro, nuestras tradiciones, las de todos” y llevar a cabo actividades “que pongan en valor nuestras raíces”.
No hay casualidades sino causalidades, decía la cantante y filósofa pop Tamara Seisdedos, y la actualidad ha venido a confirmarlo. El viernes se publicaba un informe del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social anunciando el descubrimiento de una cueva donde, hace 5.700 años, unos paleoespañoles muy españoles se zamparon a once de la tribu rival. Todo un festival del canibalismo. Lo digo porque cuando se habla de costumbres hay que saber dónde poner el límite. Como dato, la primera receta de la paella es de 1857.
Las costumbres a las que aluden, de hecho, son bastante discutibles. España es cristiana (en parte) desde el Concilio de Toledo en 589 d.C. y en el 711 llegaron los árabes musulmanes, que en mayor o menor ocupación de territorio estuvieron n la península hasta 1492. De hecho, el circo se ha montado en un pueblo cuyo nombre deriva del árabe (Jum-Alia o Jum-Ella) y que fue árabe durante cinco siglos. La realidad hace tiempo que ya solo es una opción más.
Si es que el disparate ha sido de tal magnitud que la Conferencia Episcopal se ha llevado las manos a la cabeza. Hay que reconocer que, en la lucha contra el racismo y la xenofobia, la Iglesia ha demostrado sin medias tintas de qué lado está y no pasa ni media. Ojalá el mismo celo en la lucha contra la pederastia o las inmatriculaciones.
El episodio de Jumilla podría no ser más que una anécdota en ese manicomio al aire libre en el que se ha convertido este país, pero llega después de Torre Pacheco, la polémica sobre la distribución de los menas, y Feijóo pidiendo medidas más duras contra la inmigración, como la expulsión de los que cometan delitos, que ya están contempladas en la ley. Estos episodios son, sobre todo, para hacer ruido y política de algoritmo: cualquier burrada mediática da votos. Otra cosa es qué tipo de votos dé, pero como, a fin de cuentas, todos valen lo mismo.
Lo curioso es que la estrategia del PP de ir al fondo a la derecha, como si estuvieran buscando el water en un after, está siendo un éxito, pero parar Vox. Si no han virado no es porque no lo sepan y tontos no son: han hecho el cálculo y les sale a cuenta. Si la formación de Abascal, integrada por gente que no da un palo al agua y solo propone disparates, es capaz de gobernar sin ni siquiera estar en el gobierno (caso de la Comunitat Valenciana), ya veremos cuando lleguen a la Moncloa. Y esa es la clave, parecer razonables. Intentar esconderse tras los ultras. No hay ninguna intención de gobernar en solitario (no porque Feijóo no quiera ser presidente, sino porque no le dan los datos), y un socio que sirva de coartada para radicalizarse es mano de santo. El jefe no necesita ser racista, para eso tiene al capataz.
El racismo es caca, pero tiene sus ventajas. Sirve, por ejemplo, para dirigir la ira del personal hacia un enemigo imaginario. ¿Qué la sanidad va mal? No son los recortes sino los moros. ¿La educación pública se degrada? Las aulas están llenas de panchitos. ¿Qué no va el wifi? Los rumanos se han llevado el cobre. Y así, ad eternum. Un arma política como otra cualquiera.
El problema de la ultraderecha, cada vez más indistinguible de la llamada derecha liberal, no es que los inmigrantes no se integren, lo cual es discutible porque impuestos pagan como todos. Lo que les da miedo es que se integren y por eso hacen todo lo posible por impedirlo. La agricultura en Murcia, y en cualquier otro lado, depende de la mano de obra extranjera semi esclava (y empresarios semi bucaneros). Mientras más se les señale, mientras más se les obligue a refugiarse en una chabola en el monte, menos hay que pagarles.
La gran ventaja del racismo es que funciona como un reloj suizo a la hora de radicalizar al personal. No quiere decir que todo el mundo sea xenófobo, pero se puede ser racista light siempre que haya nazis corriendo con palos por cualquier Torre Pacheco: te convierte en la alternativa moderada. Y sirve para un roto y descosido: para asustar a las mujeres con el fantasma de la violación o despistar a los trabajadores, para que culpen al de fuera de que cobran poco, porque no tienen valor de apuntar hacia el patrón por chulearles. Además, ya les han convencido de que los sindicatos no sirven de nada y que te puedes hacer rico despertándote a las 5 de la mañana a hacer burpees.
Hasta ahora, con los bárbaros a las puertas, las mujeres y los jóvenes eran la última línea de resistencia. Pero caerá, y al ariete es el racismo. Y luego, cuando gobierne la ultraderecha, nadie podrá alegar discriminación: va a ir a por todo lo huela a progresismo. No lo disimulan, quieren un mundo peor.
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