“La salud pública también es el cuidado de las libertades, individuales y colectivas”
Epidemia se construye etimológicamente a partir de epi (sobre) y demos (pueblo). Pararse a silabearlo puede ayudarnos a recordar la dimensión comunitaria de lo que nos ha traído 2020, y que mueve el libro que acaban de sacar en Capitán Swing Javier Padilla (médico) y Pedro Gullón (epidemiólogo). Ambos pertenecen al Colectivo Silesia.
Epidemiocracia se presenta esta tarde a las 20.30 h. en el Solar Maravillas (el espacio autogestionado de la calle Antonio Grilo) y no parece una casualidad. Frente a la tentación pandémica de echar frenazo a los espacios sociales que se cierne sobre nosotros, cabría argüir la de sumar al término salud los componentes imprescindibles del buen vivir juntos. Con todas las medidas que el contexto pide, como sucederá con la presentación de hoy. En el acto estarán, por cierto, Gullón y las diputadas de la Asamblea de Madrid Mónica García (también médica) y Sol Sánchez (también antropóloga).
Javier y Pedro han tenido a bien contestarnos a unas preguntas para abrir boca.
—Tratáis de contemplar las crisis sanitarias en el contexto de las sociedades contemporáneas capitalistas. ¿Podríais explicar el concepto de crisis matrioshkas?crisis matrioshkas
—P.G.: hacemos el símil con estas muñecas rusas porque la crisis sanitaria que ha desatado el COVID-19 está dentro de otra crisis social y económica que venimos arrastrando desde 2008 y que todavía no ha terminado. Esta, a su vez, se encuentra dentro de una crisis todavía más grande, que es la crisis ecológica, el cambio climático. Y, a la vez, intersecta con la crisis de los cuidados. Lo que intentamos expresar con este concepto es que el COVID no se sitúa como un problema solitario sino que está interconectado con otros, y que por lo tanto pensar en la respuesta o en la reconstrucción en términos exclusivamente sanitarios nos deja una visión muy pequeña respecto de lo que sucede. Si la crisis tiene que ver con otras crisis las respuestas también deberían tener que ver con ellas.
—Planteáis poner el foco antes en las poblaciones supercontagiadoras que en los individuos supercontagiadores.
—P.G.: durante la crisis del COVID hemos escuchado mucho el concepto de individuo supercontagiador, recordemos aquello que se decía de que incluso un 80 o 90% de los contagios podían deberse a estos individuos. Nosotros, queriendo pensar de una forma colectiva y poblacional, intentamos virar el foco de los individuos supercontagiadores hacia las poblaciones supercontagiadoras, usando la analogía de un famoso epidemiólogo que se llamaba Geoffrey Rose. Él decía que había causas de que un individuo estuviese enfermo, por ejemplo, una causa de la enfermedad cardiovascular es la hipertensión, pero también hay causas poblacionales que nos sirven para entender la distribución de esa enfermedad. Nosotros hacemos lo mismo. Decimos que es verdad que existen estos individuos supercontagiadores, pero los hay en España, en China, en Uganda, en Argentina y en Canadá. Sin embargo, la afectación de la enfermedad no ha sido igual en todas las poblaciones, entonces, si quieremos entender cómo ha afectado la epidemia a nivel mundial debemos virar el foco hacia las poblaciones o las actitudes supercontagiadoras.
—Abordáis en el libro un tema interesante, que es el de la vigilancia epidemiológica en relación con la vigilancia social. ¿Cómo nos podemos acercar a un punto satisfactorio para enfrentar la enfermedad sin vulnerar los derechos civiles?
—J.P.: está claro que puede ser una contraposición pero quizá es mejor hablar de un trade off dinámico en el que, en términos de salud pública, habrá momentos en los que habrá que anteponer unas cosas y otros en los que habrá que anteponer otras. Lo que tal vez sería imprescindible es intentar trabajar en época de calma, por decirlo de alguna forma, sobre unos mínimos de transparencia democrática y de rendición de cuentas, de tal modo que todo ejercicio de vigilancia social, de coerción o control, se viera supeditado a ello y, llegado el momento, hubiera capacidad para que fuera echado atrás por medio del control de la población. En una situación de crisis eso no se va a desarrollar, está claro. La salud pública también es el cuidado de las libertades, individuales y colectivas, no es solamente la lucha contra enfermedades concretas.
—Tituláis un capítulo ¿Entienden las epidemias de clases sociales? Yo lo he leído, pero, ¿le dais una respuesta rápida a nuestros lectores?¿Entienden las epidemias de clases sociales?
—P.G.: Sí, las epidemias entienden de clases sociales y vamos a mirar hacia la crisis del COVID para entender cómo. Pensemos que tenemos diferentes estructuras sociales que nos dividen, ya sea el sistema económico capitalista, el patriarcado como sistema de género o el racismo. Al final este tipo de clasificaciones nos llevan a que tengamos acceso a unos recursos de poder u otros. Si hemos nacido en un barrio pobre o tenemos una clase social menos favorecida vamos a tener acceso a menos recursos, por lo que tendremos una vivienda más pequeña, puede que a lo mejor nuestro trabajo sea en un supermercado y, quizás, además tengamos que convivir en un piso de 40 metros cuadrados con otras dos familias. Pensemos en el COVID-19: tener más riesgo depende de tener mucho contacto con otra gente, como una cajera o como pasa cuando vivimos hacinados. Es gente que está más expuesta. Pero no solo eso, además las personas de clase social más desfavorecida están más expuestas a las condiciones concretas del COVID, ¿cuáles son las causas que hacen tener más vulnerabilidad a la enfermedad? Tener enfermedades pulmonares crónicas, diabetes, haber tenido un infarto…todas estas enfermedades también obedecen a una estratificación social en su mayor incidencia, así que al final tenemos que las personas de clase social más desfavorecida tienen mayor exposición a la enfermedad, mayor vulnerabilidad a efectos médicos y, además, mayor vulnerabilidad social, porque la crisis económica que viene seguramente tenga mayor efecto sobre ellos también.
—¿Puede una epidemia hacernos más racistas, clasistas y desconfiados?
—P.G.: Puede y ha pasado. Ponemos un ejemplo en el libro sobre la epidemia del SARS, que fue el primer coronavirus que saltó a principios del siglo XXI y que empezó también en China. En la ciudad de Filadelfia tuvieron que cerrar muchos comercios regentados por personas chinas a pesar de que no tuvieron ni un solo caso de en la ciudad. Sí, una epidemia puede hacernos más racistas, más clasistas y más desconfiados. Es muy importante cómo construimos el relato de quiénes creemos que tienen la enfermedad y quiénes no, lo hemos visto en otras epidemias, también con el VIH, con el que se construyó un otros y se los dejó fuera de la sociedad, justificando prejuicios y estigmas sobre ellos.
—Parece imposible no preguntaros por la crisis de cuidados en relación con las personas mayores…
—J.P.: Nos encontramos ante dos situaciones. Por un lado, ha habido una construcción del discurso sobre la enfermedad y las personas mayores en el cual no se les ha dado ninguna opción de aportar, ni vivencia ni nada, a ese discurso. Simplemente se les ha colocado como las personas a las que afectaba la enfermedad. Parecía, de esa forma, que externalizábamos en cierto grado el riesgo que corríamos los demás.
Eso se ha juntado con una situación en la cual una parte de las personas mayores se encontraban en centros residenciales, muchos de ellos privatizados, con ánimo de lucro, en los cuales los cuidados resulta que eran notablemente deficitarios, sin herramientas de control por parte de las instituciones para que el sistema sanitario pudiera entrar ahí de una forma sencilla, rápida y con capacidad de intentar revertir la situación. Ese no lugar en el que estaban esas personas desprovistas de derechos sanitarios básicos se ha convertido en un problema de salud pública.
¿Qué vamos a hacer ahora? Si hablamos de eliminar las residencias primero habrá que plantear cuál es la alternativa, porque si esta es que las personas mayores vuelvan a casa, tal y como están distribuidos los cuidados en nuestra sociedad, seguramente va a suponer una sobrecarga para las mujeres. A lo mejor tendríamos que estar pensando, ¿de qué manera organizamos los cuidados de las personas mayores de forma que no sean la pata más coja del estado del bienestar? Una manera en la que se organicen en torno a la autonomía, no solo en relación a la prestación de unos servicios, en su mayor parte mercantilizados y encaminados simplemente a la perpetuación de la vida con independencia de su calidad; y habrá que pensar quién va a prestar esos servicios, si son el Estado y las instituciones públicas, con ayuda de las instituciones sin ánimo de lucro que nazcan del tejido social y comunitario, o si lo van a prestar empresas como las de Florentino Pérez y Villar Mir. Creo que esto último es fundamental, no podemos hablar del modelo sin hablar de quién se beneficia de él
—Una noticia reciente en una línea poco sorprendente: Madrid limitará en verano la actividad de los centros de salud por falta de trabajadores, ¿síntoma o causa?
—J.P.: Madrid en sí es un síntoma, el lugar donde confluye la teórica excelencia de un modelo que hace aguas por todos lados. Casi podríamos decir que Madrid es un problema de salud pública. En concreto, en lo referente a la limitación de la actividad de los centros de salud en verano…es lógico que suceda y lo raro es que no se haya hecho antes. Llevamos mucho tiempo con recursos humanos escasos, cuando llega el verano son los profesionales los que se cubren unos a otros haciendo doblajes de turno o malabares. Lo que no podemos seguir pensando es que la plantilla del sistema sanitario actualmente está bien dismensionada. Si decimos que hay que hay que contratar, formar y dar un trato más estable a la gente para que no se marche, parece que solo se saben dar respuestas en base a aumentos presupuestarios y, bueno, es que hay ocasiones en las que las respuestas tienen que venir de aumentos presupuestarios. No es que en Madrid se recorte, es que el recorte es nuestra forma de vida. Así que, más que pensar si esto es síntoma o causa, creo que Madrid es el síntoma en términos generales.
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