No lloro por ti, Argentina
Tras el espejismo que supusieron las elecciones en Buenos Aires de septiembre, volvió la realidad —quizás la irrealidad— a Argentina y Milei se impuso en las legislativas de esta semana. La primera pregunta es cómo serán los otros. Más del 40% de los votos, que es lo que sacó La Libertad Avanza, no es arrasar, pero le supone casi triplicar el número de diputados (de 37 a 101) y más de lo mismo en cuanto a senadores (de 6 a 20). Si el pueblo soberano ha decidido que lo que los va a sacar de la pobreza son —como propone el gobierno— jornadas de 12 horas, fin de los convenios colectivos, cobrar la mitad del sueldo en cromos del coyote y que sea el jefe quien decida las vacaciones (si hay y cuándo), nada que objetar. Es como cuando John Lennon pedía dar una oportunidad a la paz. La gente se acabó cansando y acabó dándosela a la guerra.
Pero, claro, si has votado a un tipo que para pisar fuerte lleva alzas en los zapatos y que tiene de asesor a un perro —difunto, para más señas— pues hay que ir con todo. No queda otra. Les dijo a los suyos que dolarizaría la economía y pensaron que donde tenían un peso habría un dólar, y ahora han vendido el país a Estados Unidos. Pero si creen que van por buen camino, con su choripán se lo coman. Milei es un esperpento que anda, eso es culpa suya; que la gente le vote, no tanto. Se puede echar pestes de los políticos, pero habrá que dejar algo para sus votantes.
Pero no es solo cosa de Argentina, es un fenómeno que se está dando en otros países en vías de desarrollo. En Estados Unidos, Trump cerró su primera temporada con los índices de aprobación más bajos desde la segunda Guerra Mundial. Luego, le concedieron una segunda con los méritos añadidos de haber intentado un golpe de estado y de haber sido condenado por 34 cargos por pagar para pincharse a una actriz porno. Aunque, viendo a su gobierno, la única novedad es que Stormy Daniels estaba cualificada para el cargo. Pues va el tío y se vuelve a presentar a las elecciones, siendo él una alerta naranja con patas, y no solo gana, sino que obtiene los segundos mejores resultados de un presidente en la historia del país (solo Biden le supera). Ganó con mucho, pero ganó por poco (apenas unos puntos de diferencia con Kamala). Y, como le quedaba tiempo en el convento, en lugar de cagarse dentro, se está haciendo de oro y hasta ha derribado media Casa Blanca para montar un salón de baile.
Si Trump pudiera volver a presentarse —por suerte es imposible, lo que no quiere decir que el próximo que llegue no lo pueda hacer bueno— podría igualar el récord de Caucescu y sacar un 110%. O, ya puestos, la chorra, que los suyos le perdonan todo. Podríamos seguir así hasta el aburrimiento. Los ingleses votaron a Starmer, cuando tirarse al Támesis era una opción más sensata. Poco les ha parecido y ahora van a por Farage, un tipo casado con una alemana que odia a Europa, y que se aseguró que sus hijos tuvieran la doble nacionalidad en caso de que el Brexit saliera mal. Pues ha salido de mierda, y se va a inflar a votos. Todos tenemos contradicciones, pero lo más de los más es votar a un tío que odia a todos los inmigrantes ilegales que han pisado su país —con la excepción de Rudolf Hess— y tiene medio pie puesto en otro país.
Pero no hay que viajar muy lejos para ver cómo la peor alternativa se está convirtiendo, para muchos, si no en la mejor, en la única. Según la demoledora encuesta que publicaron esta semana Las Provincias y ABC, el 61% de los propios votantes del PP consideran que Mazón debería dimitir; el 52% incluso reclaman que convoque elecciones. Pero lo curioso no es el precio que tendrían que pagar (perderían siete diputados), sino cómo se lo cobraría su electorado: votando a Vox. A la ultraderecha, es verdad, poco se le puede criticar con respecto a la dana, porque no ha hecho nada. Bueno, negar el cambio climático, y de esa burra no se baja ni se piensa bajar. También lleva su firma lo de emitir toros en À Punt a la hora en que 50.000 valencianos se manifestaban por las calles. En definitiva, 229 muertos a algunos les parecen pocos. Y no lo digo como chiste. A la ultraderecha le quitas la caza y los toros y se queda en nada, pero es lo que pide la gente. Y es lo que vota o va a votar.
No seré yo quien defienda al PP ni a Mazón (si no lo hace ya ni Feijóo, para qué perder el tiempo), pero entre los populares y Vox, la elección está clara. Por lo menos se han intentado esmerar en la reconstrucción, otra cosa son los resultados y los motivos (¿aferrarse al cargo o propósito de enmienda). Pero ¿qué han hecho los voxeros? Nada. Se quedan en la silla de mimbre en la puerta de casa, y a ver pasar los coches.
Y no digo que sea maldad, sino que no se les puede pedir más. Pues hay gente que piensa que son la solución. Y esa gente incluye cada vez más a mujeres, inmigrantes, homosexuales y, seguramente, a vecinos de la zona cero. Me repito, está muy bien criticar a los políticos, pero los votantes tampoco son como para presumir. Ni aquí con la dana; ni en Andalucía con los cribados; ni en Castilla y León con los incendios; ni en Madrid, por todo en particular y por nada en general.
Para votar habría que pedir coherencia. Y de eso, últimamente, solo va sobrado el PSOE. En Madrid, unos chavales salieron a la calle para protestar por el bullling y los camisas pardas de Marlaska los inflaron a hostias. Como eran estudiantes se lo ha computado como prácticas. Ya nadie tiene que explicarles por qué hay que despreciar a los chulos que abusan de su poder porque lo tienen crudo para hacerlo de su inteligencia.
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