Paco Cerdà, autor de 'Presentes', Premio Nacional de Narrativa: “La memoria hay que usarla para el mañana”
A Paco Cerdà le incomoda hablar de premios, pero no de memoria. Cuando recuerda el día en que recibió el Premio Nacional de Narrativa por Presentes, admite que la noticia lo “descolocó”, aunque lo celebró porque entendió que, en realidad, no era solo un reconocimiento a él, sino al “coro de voces de la posguerra” que articula el libro. “No es una historia que haya nacido de mi cabeza —dice—, es el collage de esas voces. El premio también las toca a ellas”.
Esas voces de los perdedores, “los nadie”, silenciadas durante décadas —como a las que dio voz en 14 de abril—, se entrecruzan en un mosaico de derrota y dignidad. Cerdà las rescata con un método que combina archivos, cartas íntimas, dietarios y el rumor persistente de un país que aún no ha hecho las paces con su propio pasado. “No hemos hecho las paces con nuestro pasado. Todavía no”, asegura Cerdà, nacido en 1985, pero bien consciente de las disputas de relato que todavía generan la Guerra Civil y la dictadura. Y es ahí donde aparecen las figuras que han modelado el imaginario español durante el último siglo: Franco, José Antonio y la larga estela de los represaliados.
Cerdà defiende la no ficción como un territorio tan literario como la novela. “La narración en no ficción reconoce el valor literario de la realidad cuando se trabaja con estilo”, reflexiona. Esa mirada le permite articular un doble universo en Presentes: el de la represión —amplia, diversa, a veces inenarrable— y el de la “marcha triunfal” del Franquismo en sus primeros años, construido sobre ese mismo humus represivo. El periodista de Genovés también se acuerda de los supuestos vencedores anónimos, que murieron por un ideal y de los que el régimen se aprovechó.
“La postguerra inmediata es mucho más rica, variada y siniestra de lo que creemos”, explica. “Nos hemos quedado en las cunetas y los fusilados, pero hubo mucho más: trabajos forzados, campos de concentración, exilio, violaciones sistemáticas, depuración en las aulas, represión económica… Incluso algunos ‘vencedores’ acabaron muchas veces desgraciados”, relata.
El periodista insiste en que la represión no fue un ecosistema uniforme, sino un inventario oscuro de experiencias individuales que reflejan la lógica de un régimen que aspiró a purgar, callar y rehacer el país a imagen y semejanza del vencedor. “Fue un proyecto de estética abiertamente nazi, de una voluntad fanática que asusta”, señala. El exterminio de la mitad de un país.
Libros y archivos contra algoritmos y vídeos de segundos: ese es el nuevo frente
Cerdà lleva años pensando en por qué España llega tan tarde a su propio debate memorialista. Para él, la democracia adoptó un pacto silencioso: “La democracia tuvo su propia voz: el olvido. La desmemoria”. Pasado el tiempo, llegó una segunda etapa de reivindicación memorialista, pero ahora se enfrenta a otro enemigo: la falsificación del pasado. “Hoy hay dos fuerzas que se oponen a la memoria. Una es la tentación de olvidar. La otra es la mentira, la contramemoria”, advierte. Y lo más inquietante: “La contramemoria tiene ahora una potencia enorme porque los jóvenes se alimentan de la historia del franquismo y de la guerra a través de TikTok”.
El trabajo documental de Cerdà para Presentes incluye hemerotecas, archivos oficiales, pero también, cartas privadas. Ahí, asegura, está la verdad sin filtros. “En las cartas no hay trampa ni cartón. La gente escribe lo que no puede decir”. Recuerda leer de golpe cuarenta o cincuenta cartas de un preso en un batallón de trabajo forzado en Francia: “Asistir a esa intimidad es devastador. Lees cómo un hombre le suplica a su mujer que enseñe matemáticas a los hijos, que no les deje jugar a cartas porque los oros son dinero, los bastos la violencia… Y él está en un campo de trabajo”. Ese acceso a la intimidad ajena tiene un coste emocional que aún recuerda físicamente. “Es un país impúdico el que te obliga a leer el amor o la desesperación que alguien escribió desde un campo de concentración”.
Paco Cerdà también reflexiona sobre el “movimiento pendular” de nombres de calles, monumentos y símbolos que recorren España desde hace un siglo. “Hemos procesado demasiada historia en muy poco tiempo, y eso deja huella”, dice. Para él, resignificar no significa borrar, sino contextualizar y explicar. Desde el cambio de calles en València en 2015 hasta el proyecto de resignificación del Valle de Cuelgamuros, pasando por el cambio de calles durante la Guerra Civil a otra modificación durante el Franquismo. Todo forma parte de un mismo proceso que revela la incapacidad española de cerrar su herida.
El problema, insiste, está en que la memoria sigue operando como un territorio contaminado ideológicamente desde todos los lados:
“No entiendo cómo desde una postura cristiana de derechas todavía cuesta permitir que las familias exhumen a los suyos y los entierren dignamente donde quieran”. Y añade, en paralelo: “Y tampoco entiendo cómo desde la izquierda humanista cuesta reivindicar la memoria de un cura fusilado durante la guerra. Hay incomodidades cruzadas que no tienen sentido”.
Para él, esa sería la reconciliación real: reconocer dolores cruzados, sin rebajar la gravedad ni la responsabilidad histórica del franquismo. En varios momentos, Cerdà admite que quizá su obra está marcada por una búsqueda familiar no resuelta. Su bisabuelo —electricista y concejal durante la República— fue represaliado. “Posiblemente mi subconsciente está ahí”, reconoce. Es, sin duda, el punto más íntimo del libro —y el único escrito en primera persona—. La conversación con su abuelo, que durante décadas evitó el odio como forma de autodefensa psicológica por el asesinato de su padre. “Nunca le escuché una palabra de odio”, recuerda Cerdà. “Sabía que el odio lleva exactamente al lugar del que él venía”.
Cuando le leyó ese fragmento, su abuelo, de 99 años y mente lúcida, lloró. “On hem arribat!”, cuenta Paco Cerdà que le dijo al terminar el libro.
Pese a su distancia crítica, admite una certeza en su obra: “Franco está siempre ahí. El franquismo está ahí. La guerra está ahí”. No como una obsesión personal, sino como un contexto generacional que marcó a miles de familias.
Uno de los núcleos más potentes de Presentes es la figura de José Antonio Primo de Rivera y su traslado póstumo por la España franquista: un gigantesco dispositivo propagandístico que Cerdà describe sin ambages. “La figura de José Antonio fue manipulada brutalmente. El franquismo convirtió a alguien complejo y contradictorio en un santo laico y estático”.
Cerdà lo define como un personaje carismático, culto, admirador del fascismo italiano, fundador de un partido ultraminoritario (“sacó el 0,4% de los votos”), pero con un magnetismo que incluso sus adversarios reconocían. “Era un poeta sin obra, un enamorado de la literatura, lector de Marinetti y D’Annunzio”. Pero también un ideólogo peligroso: “Reivindicaba abiertamente la violencia. El fin más noble de las urnas es el de ser destruidas, decía”.
El contraste con el franquismo es rotundo: “José Antonio era un revolucionario; el franquismo, todo lo contrario. Era el movimiento petrificado”. Para el autor, no hay duda: ambos mundos eran incompatibles, y por eso la apropiación franquista fue tan burda como eficaz.
En el libro, Cerdà se adentra en historias de represaliados de todos los signos, incluidos falangistas y requetés jóvenes devorados por la retórica del sacrificio. Cita el caso de un militante al que un mortero le destrozó la mandíbula: “Pide en una carta que le permitan no hacer cola para los alimentos líquidos porque nunca más podrá masticar”. O el joven requeté que agoniza en la cama con la certeza de haber luchado y muerto “por Dios y por España” para descubrir que, en la práctica, ese relato épico no alivia el dolor real. Es ahí donde Cerdà encuentra la verdadera materia narrativa: “Cuando te asomas a esas realidades, todo es más complejo. Los ideales cuestan vidas. Y esa tensión entre historia y microhistoria es lo que atraviesa mis libros”.
El libro también aborda la figura de Pilar Primo de Rivera, una mujer moderna antes de convertirse en jefa de la Sección Femenina. “Era la mujer más poderosa de España, y su historia está contada a medias”, asegura. Su evolución —de joven progresista influida por las corrientes feministas europeas a figura central del aparato franquista— refleja la anomalía española: “España tuvo una dictadura tan larga que las mujeres no pudieron abrirse una cuenta bancaria libremente hasta los años 80”. Un poso histórico que, para Cerdà, aún explica tensiones actuales en el feminismo español.
Aunque ha recibido el mayor premio literario del país, Paco Cerdà sigue definiéndose como periodista: “Si me preguntas qué soy, soy periodista. Un contador de historias reales”. No escribe pensando en el lector, admite, sino buscando la forma más honesta y estilísticamente arriesgada de expresar lo que quiere contar. “A mí la forma me importa mucho. Me gusta el riesgo. Nunca he pensado en el lector; escribo como a mí me gustaría que quedara”. Tras Presentes trabaja en un proyecto nuevo del que no da detalles, solo una pista: “Serà un sotrac”, un golpe, un temblor.
Cerdà lo resume con una frase de Lorca que se repite siempre:
“La memoria hay que usarla para mañana”. No como arma, ni como bandera partidista, ni como un Barça–Madrid, sino como una herramienta para hacer mejor el futuro. “Si convertimos la memoria en un combate identitario, pierde todo el sentido”, advierte. “Recordar por recordar ya tiene valor. Pero la memoria debería ser una palanca, no un ejercicio estético”. En un país donde el pasado sigue latiendo bajo la piel del presente, el periodista de Genovés vuelve a las voces de las cartas, a los muertos sin paz, a los represaliados, a José Antonio manipulado y a un Franco omnipresente que condicionó durante décadas la vida, el miedo y la esperanza de millones de personas. Porque la memoria, dice, no es un lujo ni un arma: es un deber. Y en Presentes, esas voces por fin hablan.
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