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Reportaje

De cuartel del Alto Mando del Frente del Norte en Santander a hostal con fantasma incluido: el Hotel Ignacia cumple 100 años hecho una ruina

Hotel Central, antes Hotel Ignacia, en Santander.

Javier Fernández Rubio

Santander —

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Ya ha cumplido más de un centenar de años y el Hotel Central, con su característica fachada azul y su privilegiada situación en pleno centro de Santander, amenaza ruina. Cualquiera que pase por la calle Ataúlfo Argenta, en la confluencia comprendida entre la Plaza Porticada, la Plaza del Príncipe y el Mercado del Este, se lo encontrará erguido en una esquina, como disimulando, acotado por una valla protectora para evitar percances mayores tras el reciente desprendimiento de cornisas. La maleza y las plantas parasitarias se han adueñado de la acera, el tejado y las terrazas del edificio. Como todo edificio deshabitado, ha entrado en una espiral de abandono.

Ya solo los mayores recuerdan que un tiempo cada vez más lejano fue el Hotel Ignacia, después de que abriera sus puertas en 1919 y alojara poco más de tres lustros después el cuartel general del Alto Mando del Ejército Republicano en el Frente Norte, apenas 15 meses en que el sueño republicano se esfumó por las armas. En aquel Hotel Ignacia, que se presentaba al mundo como uno de sus más modernos y elegantes establecimientos, se alojó entre otros el mítico cantante Carlos Gardel y hay quien cree que en una de sus habitaciones, en un mes de febrero de 1928, compuso el legendario tango 'El día que me quieras'.

También conoció el paso del cantante Antonio Machín y de tantos otros, incluso cuando ya en 1985 reabrió sus puertas como Hotel Central en pleno apogeo del verano estival con el bronceado cultural del Festival Internacional de Santander y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Uno de los últimos que pasó por allí fue el escritor Agustín Fernández Mallo, quien pasó una noche insomne, no se sabe si por causas naturales o por el fantasma que dice la leyenda que aún debe deambular por los pasillos, igualmente insomne y sorprendido de no encontrarse con nadie.

Cuartel del Alto Mando

Entre 1936 y 1937, el Hotel Ignacia alojó a la dirección del Ejército Republicano en el norte. En las inmediaciones, y visto que ya los sacos de arpillera en los soportales no eran suficientes ante la avidez de los bombardeos de la Legión Cóndor, se horadaron las laderas de la ciudad para dar refugio hasta a 2.000 personas. Uno de los muchos refugios antiaéreos que se construyeron fue excavado en la entonces Plaza de María Pineda, ahora Plaza del Príncipe, a 100 metros del Hotel Ignacia. El refugio es hoy día visitable y en él se refugiaban el alto mando, pero no solo los militares del Estado Mayor, cuando sonaban las sirenas de alarma.

Con capacidad para albergar a 70 personas, el refugio antiaéreo fue uno de los 114 construidos por toda la ciudad. No estuvo operativo mucho tiempo: desde su construcción en la primavera de 1937 hasta la entrada de los sublevados a finales de agosto de 1937. Con el correr de los años, y sobre todo tras el incendio de la ciudad en 1941, literalmente el refugio pasó al olvido y su entrada quedó ocluida hasta que una reforma reciente de la plaza volvió a sacarlo a la luz.

El trasiego de militares en aquellos años de la Guerra Civil corrió parejo con el de las bombas, con sus botas sobre las alfombras, sus gorras de plato y las mesas con planos y teléfonos. Santander sufrió en esos meses 33 bombardeos y 188 vuelos de reconocimiento de la aviación alemana, y hasta el lehendakari Aguirre, quien se refugió en la Casa Rosales en la otra punta de la ciudad y por lo tanto lejos de la dirección de las operaciones, llegó a quejarse de que se le expusiera prácticamente como señuelo de los bombarderos de la Luftwaffe junto a las baterías de la costa de Cabo Mayor.

El refugio es ahora un recuerdo cargado de equidistancia de un período dramático y cruel. Uno de los proyectiles de 250 kilogramos que se arrojaron, una Sprengbombe Cylindrich, de metro y medio de longitud, se exhibe junto a uniformes de los aviadores alemanes sin insignias, ya que oficialmente Alemania no estaba interviniendo en España.

El Hotel Ignacia u Hotel Central, depende de la época, tenía una de las vistas más espectaculares sobre la bahía de Santander: 50 metros cuadrados para otear en derredor. El propio edificio del hospedaje tenía pretensiones de arquitectura clásica de regusto burgués, ahora un poco demodé tras la proliferación del acero y la piedra de sillería del entorno.

El edificio incluye un hotel de 41 habitaciones distribuidas en seis plantas y una recepción de 29 metros cuadrados, así como cuatro locales comerciales. La superficie del edificio es de 2.131 metros cuadrados, distribuidos en 1.769 metros cuadrados de uso hotelero y 362 metros de uso comercial.

Las habitaciones del hotel tenían camas tamaño king, escritorio, balcón y baño privado, lo que en su momento era un grado. Por tener, se le adjudicaba hasta un fantasma. Como todo hotel que se preciara de categoría, el Ignacia/Central presumía de ectoplasma, lo que siempre ha dado categoría a todo establecimiento, junto con sus hojas de marketing con escudo imperial y sus alicatados en la puerta de bella tipografía.

El Hotel Central cerró sus puertas en 2014. Lejos ya de aquel 1999 en que doña Antonia Falla Ruano abriera el Ignacia, “un hotel moderno, céntrico y de tendencia europea”, como se le recordaba. En 2015, al cerrar sus puertas el establecimiento de tres estrellas, fue puesto a la venta por 5,5 millones de euros.

Onisan, una empresa dedicada a la gestión de geriátricos, obtuvo licencia de actividad del Ayuntamiento de Santander para reconvertir el hotel en residencia de ancianos con una capacidad de 50 plazas. Entre los trámites y la actualidad han pasado tres años, pero las máquinas no entran a trabajar. La propietaria ve el procedimiento administrativo como una incógnita, un nubarrón sobre sus expectativas. Si finalmente se retoma el proyecto, el edificio recuperará el nombre que tuvo en sus inicios y acabará siendo Hotel Residencial Ignacia, según anunciaron.

El edificio tiene una estructura de madera que ha degenerado con el tiempo, pese a los refuerzos metálicos introducidos. Por ello, Onisan pretende la reconstrucción íntegra de su estructura manteniendo solo las fachadas. Si todo sale adelante, ni el fantasma se salvará y pasará a convertirse en otro recuerdo anecdótico de un pasado glorioso con sus tanguistas y sus militares de gorra de plato y un ojo siempre puesto en el cielo, que ahora es obligatorio tener también ante el riesgo de accidentes y desprendimientos dado su estado actual de abandono.

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