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A los buscadores de huesos

Daría Terrádez

España tiene en su haber más de 2500 fosas comunes y es, en estos momentos, el país de la Unión Europea con más cadáveres enterrados y no identificados. Podríamos decir, sin faltar a la verdad, que bajo nuestros pies caminamos sobre huesos, sobre cráneos, que en su día sostuvieron los cuerpos de personas, con nombres y apellidos, con familia, con hijos e hijas, padres, amigos y que, un buen día, fueron torturados, asesinados y enterrados con nocturnidad sin recibir una sepultura digna. Estos muertos, estos cadáveres que, aún hoy en día, pueblan nuestras carreteras, zonas alejadas de nuestros pueblos y ciudades y partes de muchos cementerios, siguen sin identificar en muchos casos, pero siguen siendo buscados por sus familiares. Esos cráneos, esos fémures sobre los que seguimos caminando, sobre los que seguimos construyendo carreteras o echando tierra, reclaman su lugar en nuestra memoria, son ese grito sordo que algunos escuchamos nítidamente y otros quieren anular arguyendo como excusa que “hay que mirar al futuro y no reabrir heridas”.

El pasado 21 de marzo un representante de un partido cuyo nombre no merece ser expresado en estas líneas, llamó “buscadores de huesos” a esos familiares que, ochenta años después de la victoria del golpe de Estado, siguen arañando la tierra en busca de la verdad. Aún quedan vivas unas pocas personas que recuerdan cómo se llevaron a sus padres o a sus hermanos para no verlos jamás, que aún recuerdan donde los enterraban tras fusilarlos, que aún recuerdan ir a la prisión donde supuestamente estaban detenidos a llevarles comida y que las fuerzas paramilitares que los custodiaban les dijeran que no hacía falta que volvieran más. En muchos documentales sobre la apertura de fosas aún podemos ver a esos familiares supervivientes que, a pie de fosa, miran buscando un pendiente, una medalla que identifique a su pariente. La mirada de estas personas es profunda, como profunda es su historia vital; porque la muerte, el asesinato de su ser querido era lo de menos si lo comparamos con la estigmatización posterior por ser hija o hijo de rojos, por haberse visto desprovisto de todas sus pertenencias, por haber sido arrojado al limbo de los vencidos.

A esos que llaman revanchistas, buscadores de huesos o traidores a la Patria a estas personas, me gustaría pedirles que tuvieran el valor de mirarlas fijamente, que miraran a estas personas que todos los 1 de noviembre, 80 primeros de noviembre ya, depositaban, y aún depositan, un ramo de flores en la nada; posiblemente la indignidad de sus argumentos no les permita hacerlo. Han estado 80 años mordiéndose la lengua de rabia, y de esos 80 años, 40 los han vivido bajo una dictadura militar que ha honrado a los asesinos de sus parientes; pero el resto los han vivido escuchando cómo les decían que había que olvidar, que la concordia era necesaria y que echaran más tierra sobre esas fosas vergonzosas, que son solo huesos, y que polvo eres y polvo serás. Algunos ínclitos políticos han llegado a acusar a estas personas de acordarse de los huesos del abuelo cuando había subvenciones, de buscar venganza y de querer romper el consenso alcanzado durante esa época idílica de la Transición, acabando esta perorata de barbaridades con la excusa por antonomasia, Paracuellos ¡Falacias y más falacias!

Para los que, aún hoy en día, siguen enterrados en fosas silenciosas, no existió una Causa general que los honrara, no existieron paneles en las Iglesias que declaraban que habían caído “por dios y por la patria”, no existieron calles ni recuerdos en vergonzosas liturgias. Para esos huesos que aún se buscan solo existió silencio, vergüenza y ninguna reparación. Los que creemos en la democracia, en el Estado de derecho y en los derechos fundamentales pensamos que esta situación es un tumor metastásico que corroe poco a poco los cimientos de nuestro Estado; cualquier constitucionalista que se precie estaría, ahora mismo, excavando con sus manos para extirparlo, para abrir las fosas y sacar esos testimonios mudos, para dar aire a esa tierra envenenada y curar la herida provocada por un golpe de estado y una dictadura atroces. Si tuviera que elegir entre buscar huesos o mirar hacia delante, elegiría buscar huesos, elegiría reparar y, después sí, caminar hacia delante pisando sobre un Estado de derecho fuerte. Mientras no reparemos, mientras no limpiemos la herida mal cerrada, no podremos desprendernos del lastre que dejaron cuarenta años de torturas, asesinatos sumarios y desapariciones forzadas.

*Daría Terrádez, portaveu del col.lectiu de Compromís per Bétera

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