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El momento de la bifurcación

Alfonso Puncel

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De repente lo objetivo. De repente nuestra materialidad. De repente las condiciones objetivas. De repente nuestra humanidad. Pareciera que la diversidad se ha disuelto, ya no somos ellos y ellas, tú o yo. Aquello que era tan importante hace una semana se recoloca en la lista de las urgencias. Ya no es urgente ese viaje a tierras lejanas y extrañas sino caminar por el parque y leer un periódico. Ya no es urgente defender mis identidades por encima de todo, mi individualismo se ha disuelto. Formo parte de un colectivo que se llama humanidad. O eso aparentamos.

Solo una diferencia permanece, aquella que tiene que ver con el futuro. Es la diferencia que nace, nuevamente, entre los que podrán mantener su calidad de vida y los que saben, a ciencia cierta que no podrán mantenerla. La diferencia que permanece aún hoy es entre quienes están pensando en cómo sobrevivir y los que piensan cómo sacar tajada de esta crisis. Algo similar de lo que pasó con la crisis de 2008 en la que unos perdían sus casas y otros las compraban a precios de risa.

Las urgencias se han trastocado porque nadie sabe cuándo ni cómo nos va a tocar. Son los ricos, los verdaderamente ricos, los que deberían tener temor del futuro, no los demás, porque debe ser sobre ellos sobre los que debe recaer la mayor parte de la reconstrucción a partir de mayo. El intento de tratar esta pandemia como algo que sucede al margen de otros hechos como la gestión de los servicios públicos, la industrialización de la ganadería, el desarrollismo urbanístico, la contaminación. La destrucción de nichos ecológicos o el cambio climático está quedando al descubierto como una gran mentira. Esta pandemia, sin duda, no ha caído “como un rayo desde un cielo sereno” sino que es el resultado de muchas malas políticas desarrolladas en muchas partes del planeta.

La salida de esta crisis en la fase postcovid19, pasa por hacer políticas radicales y no políticas simbólicas. La falta de imaginación de la izquierda para pensar alternativas al capitalismo y al pensamiento neoliberal no sucede porque nos falten neuronas para inventárnosla, sino porque la principal capacidad del capitalismo es su influencia cultural para neutralizar cualquier proyecto alternativo. Es necesario avanzar en construir una sociedad del bienestar avanzada que incluya refuerzos de las estructuras públicas sanitarias y sociales, implantar urgentemente un salario mínimo personal, dejar de invertir en sectores productivos relacionados con el ocio y el turismo (radicalmente) redirigiendo esos recursos hacia la “reempleabilidad” de los trabajadores y trabajadoras de este sector, reconvertir nuestras economías. Pero adoptar esta política es trasladar a la ciudadanía que hay que hacer políticas que cambien las estructuras y abandonar las políticas que refuerzan la individualización, que tan bien sirve al neoliberalismo.

Hemos llegado o estamos por llegar a un momento de la bifurcación, es decir, el momento en que habrá que tomar medidas que nos lleven por un camino o por otro, bien por medidas neoliberales o bien por seguir los planteamientos sostenidos, entre otros, por los economistas Gérard Duménil y Dominique Lévy, investigadores del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) francés. Estos últimos defienden, junto a otros muchos, una tesis sencilla: “es urgente tomar medidas contra las grandes redes financieras y contra la connivencia entre propietarios del capital y altos directivos. Esta es la condición para poner en marcha un nuevo compromiso social entre clases populares y dirigentes que siente las bases de una superación gradual del capitalismo.”

En esta fase de bifurcación no caben caminos intermedios sobre todo porque las tesis intermedias son parches que pretenden atenuar las críticas al núcleo de las políticas neoliberales. Las ayudas de urgencias, las aportaciones de las grandes empresas o personalidades, los aplazamientos de pagos financieros, las muestras de solidaridad de las grandes industrias, de las eléctricas y de las entidades financieras privadas son bien recibidas pero son insuficientes para abordar los restos de transformación que necesita nuestra economía. Igualmente hay que abandonar la idea de que la solución viene de los técnicos y del “solucionismo tecnológico”, pues como sostiene Evgeny Morozov en su artículo del 5 de abril en Le Monde Diplomatic “Covid-19: le solutionnisme n`est pas la solution”: “ocurre en un contexto histórico único. Por un lado, después de haber creído durante treinta años que no había otra solución para la alineación del capitalismo globalizado y la democracia liberal, la humanidad fue despertando gradualmente de cómo fue impuesta la idea de que la situación podría mejorar, pero también deteriorarse repentinamente, ya no sorprendió a nadie. (…). Ante la perspectiva de una revisión completa del capitalismo, las ideologías que alguna vez parecieron tan radicales han demostrado ser impotentes y mundanas.”

Reconozco que no tengo mucha confianza en que tras la emergencia sanitaria vayan a cambiar mucho las cosas. Y no porque no confíe en la gente sino porque sé que, precisamente, una de las triquiñuelas del capitalismo es convencernos de que cambiarlo depende de la acción individual y voluntarista de cada uno de nosotros, mientras que al mismo tiempo va utilizando todos sus instrumentos culturales para convencernos de que nos comportemos contra nuestro propio bien, a sabiendas, para más inri, que sus instrumentos son más potentes que nuestra buena voluntad. Así mientras las empresas y bancos firman su adhesión a la Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible, en la práctica no cumplen con ninguno de sus objetivos. ¿Por qué iba a cambiar nuestro comportamiento si caminamos sobre los mismos zapatos de antes?

Pero volvamos a la bifurcación. Se ha puesto a prueba un sistema del bienestar que nos permitía navegar dulcemente, al menos a la población de los países occidentales desarrollados por un sistema capitalista cuya trayectoria conducía a más desigualdad y finalmente a terminar con ese mismo bienestar tal y como ha demostrado reiteradamente Thomas Piketty. Quizás no podamos plantear una alternativa de decrecimiento pero no porque no sea lo deseable sino porque choca contra la propia mentalidad general y también porque lo que corresponde ahora, en la hora de la bifurcación, es adoptar medidas más concretas que vayan en esa dirección pero comprensibles. Para empezar cabe explicar que decrecimiento no supone volver a la época de las cavernas ni tan siquiera a una sociedad preindustrial, tal y como, por activa y por pasiva, ha explicado Carlos Taibo en numerosos ensayos y que no voy a reproducir.

Nuestra economía y especialmente la de la Comunidad Valenciana, tiene escasa resiliencia y esto es un gran hándicap. Viendo el gráfico de desempleo en la Comunidad Valenciana, se aprecia que de continuar la tendencia de creación de empleo las tasas de empleo de 2007 se hubieran conseguido en 2024 o 2025, esto es 16 o 17 años después, confirmando aquello de que si se adoptaban pronto medidas aquella crisis duraría 10 años y de adoptarse tarde, veinte. El gobierno del cambio llegó demasiado tarde para adoptar medidas tempranas que hubieran reducido el tiempo de recuperación.

Pero lo interesante de ese gráfico es la escasa resiliencia de nuestra estructura económica. Tenemos una economía que sufre muy directamente el mazazo de cualquier crisis y una escasísima capacidad de recuperación frente a esos golpes. El empleo que perdimos en un año (desde mitad de 2008 a mitad de 2009) lo recuperamos en los años que van de mitad 2013 a finales de 2016 y esa tendencia continuaba hasta lograr en los próximos 5 años a partir de hoy las tasas de empleo de 2007. Ahora sin embargo iniciamos la recuperación con la tasa de empleo lograda en 2009 en pleno inicio de la crisis económica. Una base demasiado débil para pensar en una recuperación ni en “V” ni en “U” sino más bien, en forma de una letra por encontrar. Y que nadie se equivoque, que mayo o junio volvamos a ir de cervezas, pasear o salir al cine no significa que la economía se recupere.

Nuestra estructura económica es mínimamente resiliente y aunque esta crisis no es estructural sino circunstancial, no es menos cierto que el gasto público que está provocando (gasto es, puesto que no es inversión aunque se destine a algo tan importante como es salvar vidas) no va a permitir seguir con las políticas de inversión que se estaban empezando a implementar, volviendo en muchos casos a la casilla de salida. Esto será así salvo que la Unión Europea y el Gobierno de España se decidan a destinar fondos de reconstrucción de forma masiva a ese objetivo. En ese cambio de tendencia, en esa necesaria bifurcación hay que afirmar que no necesitamos más turismo. De eso hablaremos en junio.

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