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CV Opinión cintillo

Renovar componentes en el engranaje democrático

Yolanda Díaz y Mónica Oltra.
6 de noviembre de 2021 22:02 h

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La democracia se basa en el movimiento permanente. Es bien sabido que se trata de un mecanismo imperfecto, de un work in progress que funciona mejor en ciertas condiciones que en otras y que se ve sometido a situaciones cambiantes de carácter histórico, según las etapas civilizatorias y las mutaciones globales, regionales y locales que se producen en las sociedades y las naciones.

El siglo XX estuvo marcado por la lucha dramática contra el totalitarismo y el mundo en el siglo XXI está lejos de generalizar la democracia como sistema de gobierno. Las amenazas son permanentes y, más allá de las persistentes dictaduras, el autoritarismo postdemocrático parece haberse instalado en lugares como China o Rusia, haber encontrado la forma de llegar a las masas en algunos países europeos y haber pasado a formar parte de las fantasías de la derecha en Estados Unidos, por poner algunos ejemplos.

Las democracias afrontan problemas de representación y de gobernabilidad. Y España no es una excepción. Las reformas necesarias para desbloquear el engranaje de la gobernabilidad, que prácticamente se ha gripado con el agotamiento de la energía obtenida de la Transición y el desarrollo de la Constitución de 1978, se ha traducido en algunas sacudidas del ámbito de la representación política. Frente al bipartidismo de las primeras décadas del recuperado régimen democrático ha estallado de la mano de la crisis un pluripartidismo de contornos todavía poco estables.

Gobiernos de coalición, mayorías complejas en los parlamentos estatal y de las comunidades autónomas, así como en los ayuntamientos, han abierto claramente una nueva etapa. ¿Es una señal de obsolescencia de los partidos? Más bien es un síntoma de desgaste. Los partidos son imprescindibles. No hay democracia sin partidos. Quien proclame lo contrario está haciendo trampa. Pero su forma de comportarse puede llegar a ser bastante disfuncional, lo que les acarrea desprestigio y deslegitimación ante la opinión pública ya que, sobre todo, pierden utilidad.

Coinciden en la actualidad política de estos días dos fenómenos paradigmáticos. El PP, un partido de cultura caudillista que ha digerido con mucha dificultad la implantación de las primarias internas (innovación traída por la nueva escena de la que estamos hablando), vive una batalla dura entre el aparato central que encabeza Pablo Casado y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por la dirección de la organización regional madrileña. Un episodio más de la crisis de la derecha española, rehén de una ultraderecha que amenaza derechos y libertades. En el espectro de la izquierda, ha levantado expectación (y recelos) el acto convocado en València el día 13 de noviembre en el que participarán la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz; la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la portavoz de la oposición en la Asamblea de Madrid, Mónica García, y la diputada de Ceuta Fátima Hamed Hossain. Son ejemplos, por un lado, de la vieja guerra partidista y, por otro, del ensayo de un nuevo mecanismo de sintonía política que, por ahora, carece de forma concreta.

La anfitriona del acto en València, vinculado a la preparación del congreso de Iniciativa del Poble Valencià que se celebrará en enero, es Mónica Oltra, de la coalición Compromís, y las invitadas proceden de formaciones diversas: En Comú, Más Madrid, Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía y en cierto modo Unidas Podemos (aunque Yolanda Díaz solo tenga el carnet del “partido” por antonomasia). Se mezclan el liderazgo de una fuerza de ámbito estatal todavía por definir y liderazgos territoriales bastante sólidos. El lema escogido, “Otras políticas”, juega con la ambivalencia de las formas alternativas de hacer política protagonizadas por mujeres.

Aunque las protagonistas nieguen que obedezca a la intención de impulsar la plataforma que Yolanda Díaz aspira a articular, el asunto planea sobre la iniciativa. Está por ver si puede acabar conformando un nuevo factor del juego democrático en España, capaz de crear una fórmula electoral de izquierdas suficientemente flexible como para preservar las singularidades de sus componentes. Sirve, en todo caso, para visibilizar, aunque sea potencialmente, un espacio político plural cuya existencia muchos politólogos no se habrían atrevido a vaticinar hace solo unos años.

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