Vacaciones en el bar
Decía el otro día el señor Feijóo que las vacaciones están sobrevaloradas. Más sobrevalorado está él y no quiere asumirlo. El pobre leía lo que la prensa gallega refería de su gestión y se convenció de que era, no ya el faro de Vigo, sino el de Occidente. Ni siquiera las palmas de los corifeos de su televisión pública le hicieron sospechar que toda su magia venía de cómo repartía subvenciones y cargos a dos carrillos. Quizás, como no era suyo el dinero, se le pasó el detalle y confundió la publicidad con la realidad. Un poco como el gallo aquel, que iba de chulo por la vida pensado que el sol salía para oírle cantar. Si alguien le hubiera susurrado que era un simple mortal, el expresidente de Galicia se habría ahorrado ese trance. Pero para pagar eso nunca hay dinero.
Lo de las vacaciones es otro de sus dislates, como lo de que no era presidente porque no quería. Se ve que también lo dijo de chiste. Esa vez sí hubo risas. En su cara. Pero ya se sabe que el sentido del humor es un rasgo de inteligencia y, en su caso, casi brilla más por su ausencia. Encima, para rematar, se le cruza en el relato su amiga Ayuso, que una semana antes se había ido cargada de tuppers llenos de sanjacobos a pillarse unos días de vacaciones sobrevaloradas en un chaletito que la Comunidad de Madrid ha comprado con dinero público para el disfrute de los sospechosos habituales. Lo de la presidenta de la M 30 hacia dentro roza ya el TOC. No paga una casa ni para ganar una apuesta. Su novio tampoco. Si hay justicia en este mundo, acabarán en el talego. Un chabolo pagado por todos. Se van a sentir como en casa.
La idea del líder de la oposición con lo de las vacaciones, amén de hacer que nos troncháramos de risa, era, supongo, evocar la figura del empresario que trabaja de sol a sol, y que solo existe en su imaginación. Ese se pega unas vacaciones de capitán general viajando en primera y va a hoteles de cinco estrellas. Un mito, pero algún fachapobre se lo cree. La verdad es que, en el PP, cuando se trata de que le voten los incautos, pescan en un barril.
Si no hay vacaciones, ¿qué será de la hostelería? ¿A quién vamos a salvar? Y más ahora, que tanto necesita nuestro aliento. Han subido los precios nivel Catar —manteniendo los salarios nivel camarero catarí, también es verdad— y ahora se asombran de que la parroquia salga huyendo y se compre pan y mezcla en el paqui. Ni encuentran trabajadores que quieran trabajar 12 horas al día —media jornada, otro chiste de cuando entraron los nacionales— y cotizar cuatro, ni clientes dispuestos a pagar las hamburguesas a precio de tinta de impresora. Y encima se extrañan.
Pero en el chiste había algo de freudiano. No era solo la gracieta por la gracieta, era una señal para que nos vayamos preparando. Es un anuncio del fantasma de las próximas navidades. Feijóo ya avisó que iba a eliminar todas las leyes del xanxismo bolivariano, y eso incluye más de un derecho social y laboral. Y más de dos. Al gallego le parecía mal subir el salario mínimo, vincular las pensiones al aumento del IPC, la representación sindical en las empresas y, no digamos, reducir la jornada laboral. Y eso que en su caso es más llevadero, porque cobra sueldo y sobresueldo.
Recordemos que las vacaciones pagadas no son una muestra de la generosidad del patrón, como él se cree, sino un derecho ganado a pulso. Como siempre, un triunfo del rojerío. Fue el Frente Popular francés el que extendió a todos los trabajadores una prerrogativa que, generalmente, solo tenían los funcionarios. Eran tiempos más felices, en los que los trabajadores sabían que había más motivos para quemar la empresa que para soñar con heredarla. ¡Qué bonicos!
Y no solo nos tenemos que despedir de las vacaciones, también de la paga extra. Eso, el que no se haya despedido ya. Molaba tanto que hasta Franco —el inventor de todo, dice Tik Tok, desde los pantanos al tardeo— la abonaba el 18 de julio, a mayor gloria de la Cruzada. A más de uno le daría por el saco, pero nadie decía que no. Ahora tampoco. Más que nada, porque no hay opción. A la paga extra, digo.
Cada vez hay menos trabajos donde te la pagan. La era de prorratear el sueldo vive su prime. Hace tiempo, en julio, te llegaba una alegría y ahora, un recordatorio de que cada día eres pobre. De todos modos,antes, la extra te pagaba un mes en la playa; ahora no llega ni para la escoleta de verano de los niños. La precarización del trabajo es tal que ya ha llegado al descanso. Ni unos días de asueto nos dejan si no es con una mano delante y otra detrás. Al que tenga posibles, en cambio, un mes se le quedará corto. La brecha social cada día es más grande.
Cuando yo era pequeño, el siglo pasado, veíamos Verano Azul o Vacaciones en el Mar. Las vacaciones no eran solo una cuestión temporal, sino un lugar mágico en el todo podía pasar. Que a Bea que la bajara la regla o que Pancho acabar yonqui perdido; que te ligaras a la pelirroja Julie o a Washington, el negro —para gustos, colores—. Ahora, con suerte, te puedes costear unas vacaciones en el bar de abajo antes de que lo conviertan en un gastro kebab y te claven once euros sin bebida. Y mientras, por cierto, Feijóo de vacaciones. Al final tendrá razón el muy Landrú, te tienes que reír.
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