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La nostalgia y los analgésicos

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Nostalgia, que es como pubalgia o lumbalgia, un dolor, se diferencia de estas en que designa a la vez el dolor y la cura, el veneno y el antídoto. Todo depende de la posología. Nos inyectamos pasado, sí, pero cuidado: podemos meternos una sobredosis. Menos mal que de la nostalgia también se sale.

La nostalgia está sobrevalorada en estos tiempos. Diríamos que en todos, en realidad: nostalgia es el nombre de la sobrevaloración del tiempo. Nos pirra perder el tiempo en recobrar el tiempo perdido, siendo en el fondo conscientes de dos cosas: de que cualquier tiempo recobrado no podrá compararse con el tiempo perdido y de que, en realidad, no quisiéramos de ningún modo recuperar el tiempo perdido, entero y verdadero, sino que precisamente nos basta cocernos a fuego lento en su mera posibilidad imaginada. Que es la nostalgia.

Del mismo modo que en guerra hay refugios antiaéreos donde los civiles se protegen de las bombas, en tiempos de paz uno busca refugio en el pasado contra un calendario y un reloj que parecen cada vez más desbocados. Volver atrás en el tiempo para encontrar asideros cuando todo trepida en el presente es como bajar a un sótano, un búnker o un túnel de metro cuando caen las bombas. Allí preparas un cuarto con unos víveres y una cama, como si fuera un útero cálido. Bajas al pasado por unas escaleras que te conducen a un espacio en penumbra o con luz artificial, como una tarde infinita.

En ese encierro piensas en personas que te marcaron, objetos que te acompañaron, prendas que llevaste, músicas o lecturas que frecuentaste, y flota el recuerdo de olores y sabores de antaño, más agudos cuanto más limitado está el sentido de la vista. Ese espacio parece reducido y austero al principio, pero puede tener muchas habitaciones y galerías, tantas como los tiempos y espacios distintos recordados (la infancia, la primera adolescencia, la juventud de estudiante fuera de casa) cada uno con lo necesario para poblarlos, amueblarlos y decorarlos. Un parque temático de tema “yo” con varios ambientes personalizados. El presente es como una escape room, pero cuando consigues salir de una pieza sigues en el mismo laberinto: solo se puede escapar hacia dentro.

Visto así, olvidamos que el presente es una máquina de producir futuros recuerdos, de generar pasado, y preferimos rebobinar hasta recuperar capítulos o episodios ya cerrados en los que regodearnos. Es como plantarse en un concurso de preguntas con bote y recoger (cobardemente, dirán los televidentes en sus sofás) ganancias. Si en aquella época hubiéramos detenido la máquina, si hubiéramos dejado de apostar, como ahora, ahora no tendríamos nada a lo que aferrarnos.

Pero volver, como en la canción de Gardel y en la película de Almodóvar, tiene sus encantos, quién lo duda: nos pone febril la mirada, porque no vemos para afuera, sino que volteamos los ojos hacia adentro y proyectamos en ese cine interior los Poskitos o los Tigretones, los cromos y los álbumes MAGA inacabados (ahora MAGA ya no es una editorial, quiere decir otra cosa más siniestra), Hundir la flota y los Geyperman. Tarareamos las canciones de Electric Light Orchestra, Mike Oldfield o Radio Futura y vemos las portadas de sus discos. Recordamos las de los libros de Hermann Hesse o los poemarios de Brecht en Alianza o en Bruguera, los carteles de La guerra de las galaxias o de Tiburón. Y revivimos en una brumosa lozanía a todas las personas que nos importaban por entonces.

Esas visiones están mezcladas de memoria y deseo, como dijo el poeta, así que no son del todo fidedignas, pero eso ya lo sospechábamos. En realidad sabemos que lo de menos es la fidelidad biográfica al detalle. Basta que la música nos suene aunque la letra nos baile: se trata de sanación, no de reportaje o documental. De nosotros depende no tanto recordar sino producir recuerdos que hagan esas habitaciones confortables, sabiendo que trasponiendo una puerta nos espera un DeLorean listo para poder estar de vuelta a la hora de la cena. Pero cuanto más fantaseado y rutilante el decorado del pasado, más penoso el regreso al futuro. Y no digamos ya la incertidumbre del otro, del todavía por venir. Necesitamos un viático para la eternidad y lo que llevamos en el fondo de los bolsillos son tickets ya perforados de trayectos hechos.

Fotograma de 'Regreso al futuro' (Robert Zemeckis, 1985).

Todos estos son algunos mimbres de Las tempestálidas, una maravillosa novela de Gueorgui Gospodínov (Fulgencio Pimentel, 2022). Un psiquiatra descubre que los pacientes que comienzan con síntomas de Alzheimer ralentizan su deterioro si se les acomoda en habitaciones de la nostalgia, espacios acogedores que les devuelven a aquel tiempo al que sus recuerdos aún pueden remontarse. Se me vino a la cabeza el comienzo impactante del film Remember (Atom Egoyan, 2015). Luego el médico se percata de que no solo los enfermos, los sanos también anhelan visitar habitaciones del recuerdo, y unos y otros no siempre quieren revivir lo efectivamente sucedido, sino precisamente hacer aquello que no hicieron o deshacer lo que sí. Y una vez conseguido, ya es ese pasado suplantador el que se impone.

Portada de 'Las tempestálidas' y cartel del film 'Remember' (Atom Egoyan, 2015).

Lo malo es pretender convertir ese autoengaño en ingeniería social y luego democratizarlo, someterlo a referéndum, que es hacia donde gira la novela a partir de la mitad. Que la industria ligera de la nostalgia no solo sea contagiosa, sino cuestión de Estado, de la Unión Europea incluso. No les contaré, claro, lo que dice el narrador de Gospodínov sobre el caso de los nostálgicos de España en particular. Solo una píldora con ecos de Tolstoi: “España, con su larga experiencia en ser una familia 'desgraciada a su manera'…”. Es recomendable leer, después de Gospodínov, La península de las casas vacías, de David Uclés, ahora que tenemos encima el cincuentenario.

Qué dilema: el remedio ante la demasiada añoranza, el olvido, no solo es injusto porque borra por igual delicias y delitos, sino porque no permite hacer planes. Lo malo de la amnesia es que hace desaparecer la idea misma de futuro. Así que frente al olvido, incluso frente a la nostalgia (que es una benzodiazepina), la memoria: ahora tenemos tantos nostálgicos de un pasado objetivamente represor e infeliz para la mayoría que parece que quienes reclaman memoria y reparación simbólica de crímenes y abusos son unos resentidos. Pues sí, eso mismo: re-sentimiento. Frente a la tumefacción, están esos clavos con que se autolesiona el último replicante en Blade Runner para sentir algo cuando todo empieza a adormecerse. Amnesia, Analgesia y Anestesia son como las tres parcas de la memoria, las más socorridas e higiénicas (por no hablar de la cuarta, Eutanasia), pero ¿cómo renunciar a recordar, a sentir y por supuesto a seguir viviendo?

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