F. Rodríguez Fornos versus Juan Peset: la historia y los símbolos
En la sesión inaugural del curso 1941-1942 en la Universidad de València (septiembre, 1941), el rector designado por el régimen franquista unos meses antes, Fernando Rodríguez-Fornos (Salamanca 1883-València, 1951), se dirigió a los universitarios con un discurso titulado “A maestros y escolares”, publicado en los Anales de la Universidad de Valencia. En él exhibía la retórica característica del primer franquismo, alabanzas a “nuestro Caudillo” a José Antonio y “a los estudiantes del SEU, que marcharon voluntarios a restañar las heridas sufridas por la Patria, dispuestos a luchar contra el comunismo, por la cultura; la civilización y el dolor de esta España mutilada…” (p. 16) elogiando “esta bendita hora en que todo es poco para ofrendarlo a Dios, a Ia Patria y a Franco.” (p. 25) Porque “la política, al penetrar por la violencia en las aulas universitarias, cavaba con la profanación su sepultura, como las hordas rojas de los sin Dios, recibían su sentencia de muerte al profanar Iglesias y Conventos.” (p. 44) Y acababa alentando “a trabajar todos unidos en Ia paz, por Dios, por Ia Patria. Por Franco. ¡Arriba España! (p. 47)
Durante el período en que València fue capital de la República, en abril de 1937, Juan Peset pronunció un discurso en la Universidad titulado “Las individualidades y la situación en las conductas actuales”, donde condenaba la sublevación militar de julio de 1936, analizaba el impacto psicológico de la guerra a escala individual y social, y defendía “la ilusión optimista del 14 de abril de 1931 y el triunfo del Frente Popular.” Ese texto fue la principal prueba de cargo para su segunda condena a muerte y su fusilamiento.
Debemos mirar ese tiempo con perspectiva, pero no cabe neutralidad ni puede haber equidistancia. Tras el triunfo, el 11 abril de 1939 las autoridades franquistas designaron rector de la Universidad a José Mª Zumalacárregui, catedrático de derecho, miembro del tribunal de responsabilidades políticas. El proceso judicial a Juan Peset se prolongó desde su detención en 1939 hasta su fusilamiento en mayo de 1941. Durante esos dos años, ni las autoridades académicas ni la facultad de medicina se pronunciaron pidiendo el indulto. Peset había sido decano de la Facultad de Medicina (1930-1931), vicerrector (1931-1932) y rector (1932-1934) de la Universidad. El 14 de mayo de 1941, la Junta de Gobierno de la UV celebraba su primera sesión presidida por Fernando Rodríguez Fornos y en ella se acordó dirigirse al ministro de Educación para solicitar clemencia en la petición de indulto a Peset. Franco ya había firmado el “enterado” y el 24 de mayo de 1941, Juan Peset fue fusilado junto a los muros del cementerio de Paterna.
Mientras Peset esperaba a que se cumpliese la sentencia de muerte, Rodríguez Fornos pronunciaba una conferencia en la sesión inaugural en la Ciudad Universitaria de Madrid: “Enseñanzas de la guerra en el estudio de la biogénesis de la emoción.” En presencia del Ministro de Educación Nacional, autoridades y jerarquías, tras alabar al ejército nacional, que “había de escribir para la historia las páginas más brillantes de su libro con la sangre de miles de españoles que salvaron la Patria, la civilización y la cultura” (p. 4), alaba a la juventud caída en la ciudad universitaria, “héroes de esta Cruzada… tan brava como la de aquellos soldados de Franco, que, al verla entregada y transformada en recinto y fortaleza de internacionales indeseables, no tuvo más remedio que acudir a estos campos de batalla…” (p. 4).
Su conferencia contenía una reflexión pseudocientífica, ridícula y manipuladora, que separaba las emociones civilizadas de los nacionales, de las emociones bárbaras de los rojos. “Las emociones de los nacionales en la España roja no se traducían, o lo hacían muy discretamente, por síntomas neuro-vegetativos ni somáticos. Parecía como si el martirio moral no tuviese otro camino ni resonador más que el psiquismo. Las emociones de la revolución roja actuaban de tal modo… que las vidas quedaban anegadas en el mar sin orillas de la pena con tristeza y resignación… (p. 10) Y relataba que ”un familiar mío había sufrido tres años antes un infarto de miocardio… una madrugada le llevaron a una checa, le amenazan de muerte, le despojan de sus bienes, le maltratan y persiguen y a pesar de correr serios peligros las crisis de angor desaparecen.“ Confesaba a nuestro doctor: ”el corazón ya no me duele porque no necesita emocionarme el peligro; la vida no me importa; lo esencial es que Franco salve a la Patria“ (pp. 11-12).
En sus discursos, Rodríguez Fornos utilizaba ideológicamente y manipulaba la ciencia para inventar una teoría psico-fisiológica de las emociones. Uno de los apartados de su discurso se titula “Las emociones en la zona roja, en las nacionales y en las marxistas.” Afirma allí: “Los médicos que vivisteis la España roja fácilmente recordaréis cómo desaparecían de las gentes de orden las neurosis de simulación, la gran histeria, la neurastenia…” En cambio “la histeria y el marxismo tienen muchos puntos de contacto. El marxista, como el histérico, sacaba ventajas de la mentira y había que explotarla a toda costa… a los acordes de la internacional, entre gritos, algarabías y manifestaciones grotescas, desataban las más bajas pasiones, robos, profanaciones y asesinatos. Era la hoguera de la pasión que ardía con llamas rojas de incendio y destrucción.
Los nacionales, recogidos y en silencio, con lágrimas en los ojos, dábamos a la Patria pedazos del alma que se desgranaba y fortalecía al escuchar en la radio la gesta del Alcázar, la defensa de Oviedo o la liberación de Málaga; era el fuego del alma que arde sin llama y sin humo; era la emoción de los espíritus cristianos y patriotas… Puede afirmarse que en los nacionales que vivíamos en la España roja las emociones de guerra destruían nuestros cuerpos tanto como fortalecían nuestras almas. No se vivía más que para oír la radio nacional, cantora de triunfos, de entusiasmos y de vítores a nuestro Caudillo…
Analizando la emoción en uno y otro bando fácilmente destaca la conducta. De un lado el crimen de estado, el más vituperable de la historia; plumas que son dardos y palabras víboras; pasiones viles y crueles apetitos, malicia, impudor, engaño y ficción, todo farsa, y la Patria entregada a los internacionales indeseables y a los ambiciosos incultos. Del otro lado patriotismo, fervor, héroes, tradición, disciplina, ideales de unidad, grandeza y libertad. En unos, emoción de alto contenido espiritual verdadero y profundo. En los otros, incultura, desenfreno y engaño de multitudes no preparadas que desencadenaron la mayor ola de pasiones bajas que mancharon España.
En los nacionales, emoción psíquica; en los marxistas, emociones shock, reflejos vegetativos y animales. En los primeros, emociones que traspasan los límites de nuestra conciencia a las regiones más elevadas que nos acercan a Dios; en los segundos, ambiciones y pasiones violentas que ahogaban todo sentimiento estético.“ (pp. 13-16)
Esta burda manipulación de la fisiología de las emociones le llevaba a concluir que “Las emociones de guerra han despertado en la conciencia española ideas de Patria, de Religión, de Grandeza, de Unidad y de Imperio”. Y concluía su discurso: “Y yo digo ahora, ampliando las palabras de Luis Vives: tres cosas hemos de tener presentes siempre: saber bien de la Patria, decir bien de la Patria y hacer bien a la Patria. Todo por Dios, por España y por Franco. ¡Arriba España!”
Fernando Rodríguez Fornos eran decano de la Facultad de Medicina cuando el triunfo republicano en abril de 1931 dio el decanato a Juan Peset. Durante el llamado “bienio negro”, tras el triunfo conservado en 1934, recuperó el rectorado sustituyendo a Peset, hasta que ser destituido y sustituido por José Puche, tras el triunfo del Frente Popular. Tras el golpe se marchó a Salamanca, regresó al acabar la guerra y en 1941 fue designado rector hasta su muerte en 1951.
Doce años después de su fallecimiento, el ayuntamiento de la ciudad erigió frente a la Facultad de Medicina, en la Avenida de Blasco Ibáñez, un monumento culminado con un busto en cuyo pedestal puede leerse: “La ciudad al Dr. Rodríguez-Fornos, maestro de la medicina valenciana, en homenaje a su total dedicación docente y humanitaria, 1963.” Muy cerca de allí se encuentra la Calle del Dr Rodríguez Fornos, y en la calle de la Mare de Déu de la Cabeza se encuentra el CEIP Rodríguez Fornos. Todos ellos honores construidos por el franquismo para ensalzar a sus héroes. El franquismo diseminó con estrategia y abundancia sus símbolos por nuestra ciudad de València. Historiadores como Vicent Gabarda en Valencia o Paul Preston han investigado la masacre del franquismo, que Preston ha calificado como “el holocausto español”, la destrucción planificada de la democracia, la persecución de republicanos y la personalidad de Franco, “el gran manipulador” (Preston). Y por eso hoy, la sociedad española debe desmontar los fundamentos de la memoria totalitaria del franquismo, construida sobre la falsedad, desvelar los crímenes de aquel verdadero holocausto y restituir el honor a quienes representan los valores de la democracia republicana, despojando de la gloria a quienes manipularon la ciencia y, de forma tan brutal como cínica -incluso patética-, se esforzaron por denigrar la libertad republicana contribuyendo abiertamente a la represión.
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