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CV Opinión cintillo

A quien lea

Formentera conection

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“Destruiren llur món i, altius avui

volen deixar sense ànima

com una roca, fent-li donar un tomb

de cent vuitanta graus, l’illa divina

que tu massa romàntic i burgès ,

inaccesible en els teus crits inútils

voldries, contra cafres i grups de pressió,

humil , serena, digna i catalana.“

Miquel Dolç. Palma de Mallorca, 1975-1993

El marco de las “Formenteras” han irrumpido en la inestable política valenciana. Alterada por el paso del Ecuador de las legislaturas autonómica y municipal, desde los comicios de 2019 y con la perspectiva de 2023. Con la advertencia de posible adelantamiento electoral y la rumorología de que Ximo Puig, que ya aceleró el proceso cuando le convino, podría ventear la oportunidad del desconcierto por la derecha y la inconcreción por su izquierda.

Conexión balear

El Partido Popular de la Comunidad Valenciana estrena presidente, el alicantino Carlos Mazón Guixot, en olor de multitudes y sin adversario reconocible. Defenestrada Isabel Bonig de la cúpula conservadora, como ocurrió con Pedro Agramunt, para aupar la operación Eduardo Zaplana desde Benidorm. Pude contemplar el desconsolado llanto de Agramunt, en el hombro de Juan Roig, en el mítico restaurante Pepa Menjars de Ondara. Por su precipitada caída, por presiones del cartagenero, Zaplana, respaldado por su suegro Miguel Barceló Pérez, con la mirada puesta en Terra Mítica. La intronización de Carlos Mazón se preparó en Orihuela, en la proximidad de Formentera del Segura y se consagró en la isla Formentera de las Pitiusas. El muñidor de la operación en ambas reuniones fue el secretario de organización del PP España, el murciano Teodoro García Egea. Acompañado en la preparatoria oriolana por José Manuel García Margallo—alicantino de adopción—y el murciano Vicente Martínez Pujalte, ambos adscritos a la rama cristiana del PP. En Formentera de Baleares, ya fuera del territorio autonómico valenciano, a la cita de confirmación de Carlos Mazón se incorporaron al ágape, presidido por García Egea, el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras y Manuel Broseta Duprè, jefe de Conexus en la Delegación d la Generalitat Valenciana en Madrid, calle Españoleto,22.

Progreso

Por el flanco del valencianismo progresista, el congreso reiteradamente anunciado del Bloc Nacionalista Valencià, sigue sin convocarse. Con un retraso anual que, excusas aparte, evidencia desconcierto e indefinición. Como era previsible, se han alzado voces discordantes con el proceso interno de la formación valencianista, pilar organizativo del conjunto que constituye Compromís. Partido que sustenta la coalición de PSOE y U. Podemos en el Consell de la Generalitat Valenciana, con responsabilidad de gobierno. El último toque de atención lo ha protagonizado por escrito, el exsecretario del Bloc en València, Joan Mansanet, con un repaso minucioso de las fisuras y los errores que se vienen corroborando en la configuración del proyecto valenciano de gobierno, que tiene varias décadas de historia. Con andanadas que llegan al diputado Joan Baldoví. Todas las que se iniciaron con la transición democrática valenciana, cuya vertiente nacionalista fue liderada por Vicent Ventura Beltrán. Fue arrinconado en su Partit Socialista Valencià con la fuga a Barcelona de Ernest Lluch i Martín, para anexionar el PSPV al PSOE. Se consumó con la opción de Alfons Cucó para incorporarse al partido político que refundó Felipe Gozález en Suresnes (1974) y tiene su sede en la calle Ferraz de Madrid. En esa singladura secesionista y desde la frustración del valencianismo enraizado, se reforzó, primero el Partit Nacionalista Valencià. Más tarde surgió el fermento del Bloc, que en 2015, consiguió alcanzar la responsabilidad de gobierno autonómico, integrado en Compromís, a partir de los acuerdos del Botànic. A su vez Compromís ha logrado presidir el Ayuntamiento de València, bajo la presidencia de Joan Ribó, en el contexto de los pactos del Rialto (2015 y 2019).

Encrucijada

La política valenciana se enfrenta a un doble reto con denominador común. La primera incógnita a despejar es si el País Valenciano y el consistorio de la capital, València, van a seguir con el proyecto progresista, que se inició en 2015. Las fuerzas políticas gobernantes acusan cansancio y han provocado frustración en sus propias filas. La segunda duda está en conocer si son conscientes de que, para seguir en la misma línea de progreso, es preciso fortalecer las opciones de los partidos que iniciaron esa trayectoria y que la han llevado a cabo, con mayor o peor fortuna, hasta hoy.

En la cuerda floja

Con un PPCV, inconexo territorialmente y víctima de su provincianismo, es difícil que el débil liderazgo de Carlos Mazón, recién estrenado, consiga conformar una opción atractiva para la sociedad valenciana. Incluidos los grupos de presión empresarial, que vacilan entre el apoyo, “sotto voce”, al cento-izquierdismo de Ximo Puig o a la arriesgada apuesta por un perfil político improvisado en Alicante y sin constancia de resultados satisfactorios en gestión. No basta la herencia, más o menos reconocible, del zaplanismo, que además está desacreditado y en sus horas más bajas. Sin ignorar el temporal permanente y en aumento que se cierne sobre el Partido Popular asediado por el estigma de la corrupción económica y política. Y un tambaleante liderazgo en la España conservadora, a cargo de Pablo Casado. Incapaz de desprenderse del lastre de sus claudicaciones frente a Vox y su jefe, Santiago Abascal. Si se reconduce el efecto perverso de la pandemia, el próximo otoño será decisivo.

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