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CV Opinión cintillo

Morir por un acento

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“El desert va inventant ludibris, impotències

i ens enfonsa a l’origen de la pedra esmortida.

Encara que açò siga joc mortal sens fortuna,

amb fraternal respecte us invite a la boira“.

Joan Valls Jordà. Alcoi. 1917-1989. ‘Invitació a la boira’.

Mientras la plana mayor de Més Compromís (Morera, Baldoví y Micó) decide si seguir alineada con Compromís o todos ellos supeditados a la coalición estatal Sumar, ha surgido la intrascendente polémica acerca de la tilde que ha de coronar València. Enésimo motivo de discordia: la Senyera, la lengua, la Acadèmia de la Llengua, la radiotelevisión, la paella, la sardana, la Moixeranga, los escritores, –valencianos o catalanes– que se estudian o aparecen en los exámenes. En los años duros de aprender únicamente en castellano, lo castellano, nadie se preguntaba si Juan Ramón Jiménez–premio Nobel que hacía con la ‘jota’ y la ‘ge’ lo que le daba la gana– era de Moguer o si Miguel de Unamuno era vasco. Es definitivo que los defensores acérrimos de la lengua valenciana secesionista no hablan más que en castellano. Después están los lacayos que se venden por un plato de lentejas. Los idiomas responden a la cultura y mueren cuando dejan de ser vehículo de entendimiento y comprensión.

Disidencias

Desde 2017, dentro de los escasos consensos a los que llegan los valencianos, de uno y otro bando, el Consell mediante Decreto Ley confirmó que el vocablo València se escribía con acento grave. De dentro y por fuera de la Acadèmia Valenciana de la Llengua proviene un impulso revisionista para que los valencianos, como quien se cambia de camisa, ponga el acento grave en la València de sus vidas. Casi nadie antes de que estallara el cisma acentual, sintió la imperiosa necesidad de que lo grave de antes se convirtiera en agudo ahora. De la mano de la revisionista alcaldesa de València, María José Catalá. Regidora que siente el irrefrenable impulso de ponerlo todo del revés, València es compleja y difícil. Necesita intérpretes que la comprendan y que la sirvan. Los partidos y sus mercenarios piensan nada más en ‘mi’ ciudad, en ‘mi’ poder, en ‘mi’ beneficio, en el reparto de mis lucros. En el negocio seguro que es una ciudad vacilante de usar y tirar. Materialismo en estado puro. Neoliberalismo torrentino de pacotilla a la espera de caza mayor y el poder que ventean.

Pasar por todo

Puestos a cambiar cosas en el Cap i Casal, sería mejor pensar y trabajar –asesores no faltan– que remodelar el proyecto de bragas y calzoncillos que el exalcalde Joan Ribó exhibió para la plurinominal Plaza Mayor de València –plaza de San Francisco (1423-1840), de Espartero (1840-43). de Isabel II (1843-1868), de la Libertad (1868-1874), de nuevo de San Francisco (1874-1899), de Emilio Castelar (1899–1939), del Caudillo (y dictador 1939- 1979) hasta cuatro años después de su muerte, del País Valencià (1979-1987), o del Ajuntament (el nombre más anodino por patrimonial) en adelante. La plaza no es de los alcaldes sino de los habitantes del país. Habría que discernir y decidir en los asuntos fundamentales para que la ciudad responda a la misión que le corresponde. Tenemos problemas muy notables sin solución y se les ha ocurrido hacer de las tildes, en la cresta del topónimo, una cuestión de principios. València tiene muchos frentes abandonados. Es una ciudad en la que, como decía Ángel Ganivet de su Granada natal, nunca pasa nada, es la ciudad la que pasa por todo.

Hacia atrás

Si se mira a la frontera portuaria, en vez de ir hacia adelante vamos hacia atrás. Rita Barberà, el modelo floral que sirve de catón a Català, consiguió anexionar, al trágala y a su manera, la dársena interior del histórico puerto de València para la trama urbana. Ya asistimos a un incompresible proceso privatizador de tinglados, bases–restos de la quebrada Copa del América en sus dos ediciones– y espacios, por decisión municipal, que ahora han revertido a la potestad de la Autoridad Portuaria de València. A la voluntad extravagante del ente centralista, Puertos del Estado, dependiente del ministerio de Fomento, regido por el impulsivo ex alcalde de Valladolid, Óscar Puente. Ese es el resultado de la desastrosa gestión – reciente el cese del director de la ampliación norte, Marcelo Burgos, por decisión fulminante de la presidenta de la APV, Mar Chao– en la culminación de la terminal de contenedores que se está completando –para la estibadora de matriz suiza y raíces napolitanas, MSC–. El perímetro del muelle que se abre al mar estaba terminado en 2013, cuando entró Joan Ribó a presidir el pleno municipal en 2015. Así no podía haber marcha atrás. El alcalde de la Nau y del Rialto no entendió que cuando el mal está hecho, no hay forma de evitarlo. La jugada inteligente era negociar la gran imbricación portuaria de la ciudad de forma definitiva. Hay políticos audaces y otros de corto vuelo.Sin que fuera posible su retrocesión con la planificación de la desembocadura del antiguo cauce del río Turia. Concebido en su totalidad por el alcalde socialista Ricard Pérez Casado para vertebrar la ciudad, de este a oeste, con amplio pulmón verde hasta el mar. En su dimensión como gran zona de expansión para proyectar la capital del País Valenciano hacia el Mare Nostrum y reafirmar su condición mediterránea. La devastadora riada de 1957 recordó a ediles y mandamases que la ciudad de València interactúa con su frente marítimo para bien y para mal.

Fracaso ferial

Mejor que a discutir por la inclinación de un acento, podría dedicarse la autoridad municipal a esclarecer el futuro de la institución: Feria Muestrario Internacional–la decana en España– que pasó del Llano del Real – suculenta operación inmobiliaria mediante– a su recóndito emplazamiento actual en las inmediaciones de Benimàmet. En 2025 la actividad ferial valenciana se concentra en un solo certamen: Habitat. Al que se incorpora para la próxima edición Cevisama, de equipamientos de construcción. La única feria rentable en sus balances. No se quiso trasladar a los espacios que quedaron disponibles tras el desmantelamiento de la IV Planta Siderúrgica de Sagunt, porque Rita Barberá no consintió que saliera de sus dominios municipales de València. Hoy es la confirmación de uno de los mayores desastres económicos y ciudadanos para la metrópoli valenciana que pretendió ser, en su día, capital de ferias. Panteón elocuente de la carencia de una política empresarial e industrial desde 1995. Para eso no hace falta disponer de uno de los recintos feriales más extensos de Europa con 250.000 metros cuadrados, con pabellones, aparcamientos subterráneos, escaleras mecánicas, palacio de congresos bis, costoso mantenimiento, una plantilla injustificable para tan escasa actividad. Rita Barberá (alcaldesa), Alberto Catalá (presidente) y Belén Juste (directora general), un trío para la gloria. Hoy Feria València es una sociedad anónima pública – con la renuncia del Ayuntamiento, que tragó en una donación demanial– por decisión del Consell de Ximo Puig y bajo la responsabilidad directa del exconseller de Economía, Rafael Climent. ¡A ver quien le pone el cascabel al gato!

Desindustrialización

Con la entrada de Eduardo Zaplana (PP) en el Palau de la Generalitat (1995), se desmanteló la promoción industrial en el País Valenciano–exterminio de la estrategia inicial en el Instituto de Promoción Industrial (IMPIVA) hasta su desaparición de la mano del IVEX–, sin que se haya conseguido en 30 años su recomposición ordenada dentro de un plan de productividad y competitividad autonómico. Varias veces publicitado y anunciado de cara a la galería, sin fundamento ni dotación presupuestaria alguna. Ese estado de abandono en que se encuentra la desindustrialización valenciana es el que ha dejado a la economía y a la iniciativa empresarial en manos de un crecimiento turístico desordenado que amenaza con cercenar las posibilidades de los recursos autóctonos. Tanto en la ciudad de València – saturada de turismo de calzón corto– como en el resto del territorio, entregado a intereses de corto plazo y a las voluntades expansionistas de un crecimiento depredador. Las consecuencias hacen que el turismo de calidad y con poder adquisitivo, vuele del País Valenciano a otros destinos viajeros más protegidos en su salvaguarda o que han preservado los atractivos del territorio. En muchos casos singulares e insalvables. La esquilmación del ecosistema valenciano, concretamente en sus 524 kilómetros de costa, es irreversible en sus parajes más peculiares. La ciudad de València y su amplio término municipal se encaminan aceleradamente hacia el mismo destino. Lo fácil es generar actividad turística desde la sobreexplotación del territorio y su naturaleza –que es de todos– cuya destrucción es irrecuperable. Es difícil restablecer unas redes e interconexiones industriales que garanticen riqueza y empleo, sin destruir el ecosistema. El empleo en el negocio turístico es escasamente cualificado, es estacional, sujeto a la inseguridad climática y a los caprichos del mercado. Los puestos de trabajo que genera la actividad industrial consolidan el territorio, son los mejor remunerados, ofrecen seguridad y continuidad. Son los únicos que garantizan un horizonte de estabilidad y el valor añadido de regeneración tecnológica e innovación para las próximas generaciones.

Ciudad sin ley

Desde la caída de Ricard Pérez Casado, que consiguió la apertura del pásate, Ventura Feliu, cuatro alcaldesas y alcaldes, de distinto signo y talante, mantienen en el centro de València un inexplicable y bochornoso cuello de botella–abandonado y en ruina amenazante– en su salida al carrer de Sant Vicent Màrtir. En cuyo tapón cochambroso han sucedido desmoronamientos, tráficos delictivos, trapicheos, ocupaciones y asesinatos. Es un síntoma. Se acompaña de la invasión de riesgo que supone el “reinado de Su Majestad Dos Ruedas”. La moda de considerar, sin sentido ni razón, que todo vehículo de dos ruedas (motos, bicicletas y patinetes), pilotados por zulúes e indocumentados, en casi todos los casos, es inviolable, como el rey de la ciudad, sin educación y sin ley. Se está regulando en las urbes de mayor responsabilidad ante los ciudadanos (Barcelona, Amsterdam, París). Se cuentan por decenas los accidentes y conflictos violentos que causan molestias, incendios, complicaciones, lesiones y alguna muerte, por causa de los vehículos de dos ruedas. Muchos de ellos sin seguro ni requisito que acredite responsabilidad por los daños que causan. La mayoría de sus conductores y propietarios son insolventes. Las motos aparcan donde quieren como las bicicletas, más susceptibles de ser sustraídas. ¿Cuántas motos circulan por València sin documentación ni seguro? ¿Cuántas invaden las aceras a su antojo sin respeto al viandante ni educación? ¿Cuántas circulan con escape libre con desprecio manifiesto a las normas sobre contaminación acústica? ¿Quién persigue los incumplimientos y sanciona a los infractores? Los automóviles tampoco se escapan: aparcamientos en segunda fila, conductores móviles en mano, ocupación de la acera, exceso notorio de velocidad y obstrucción a los peatones.

Infraestructuras

València es la ciudad del abandono por parte de sus administraciones y autoridades. Hace años que tanto las vías de circunvalación como los accesos a la capital son obsoletos, están saturados y carecen de planificación para las soluciones a los problemas graves de tráfico. Desidia que además cuesta tiempo, accidentes y vidas. Acrecentados por el gravísimo acceso de todos los vehículos de mercancías necesariamente por el sur: pasividad de la Autoridad Portuaria de València, dependiente del ministerio de Fomento (Puertos del Estado). Dejadez de la Generalitat Valenciana. Falta de coordinación entre Ayuntamiento y Generalitat (ambos gobernados por el Partido Popular). ¿Alguien les recuerda que el interés del territorio y de sus pobladores (cinco millones) está por encima de sus miserias e incapacidades políticas? Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, debe saber que esto no va de celebrar actos de auto ensalzamiento en su feudo de Alicante. Mítines sectarios de sus fieles ante la caída libre de su liderazgo en el PP y por supuesto, ante el resto de las fuerzas políticas. Incluido Vox, que lo manipula y dinamita con el único objetivo de mermar el apoyo al PP por parte de los electores para apropiárselo.

Parque Central

El mito del eterno hacer y deshacer de Penélope en el vértigo y el desconcierto en los que está sumida la ciudad de València, es el proyecto del Parque Central. Objetivo avanzado en su primera mitad por el Ayuntamiento de la Nau-Rialto, presidido por Joan Ribó. El Parque Central se vislumbró durante el mandato municipal de Rita Barberá (25 años). Quedó paralizado por el desencuentro entre la alcaldesa Barberá, del P.P. y el entonces ministro del PSOE de Obras Públicas, el impetuoso Josep Borrell. Su desavenencia se debió al desacuerdo en el aprovechamiento inmobiliario que posibilitara el desarrollo de la zona lúdico-ajardinada. La que debía transformar València en una ciudad abierta, humana, respirable y moderna. El Parque Central es el campo de batalla donde se han concentrado los rayos y los truenos entre el gobierno de España y el de València, capital del País Valenciano. Hoy el Parque Central es un proyecto desarrollado a medias, sin rumbo ni ambición.

Sin ilusión

Proyectos parciales en la tarea del hacer y deshacer han jalonado su evolución. Hoy sigue tentador con muchas posibilidades. Aun así, carece de ilusión. Ni jardín japonés ni los Tívoli de Roma. Alamedas, veredas, espacios para ir y venir. Una decena de naves vacías e inexplicables en su desuso. Masías y jardines verticales. Con la herida abierta del non nato túnel pasante que liberaría a València en su condición de ciudad dividida. Partida por la playa de vías que desemboca en la estación “provisional” Joaquín Sorolla, propia de arrabal de urbe provinciana. Junto al edificio anexo destinado a Correos que es un insulto a la estética urbana y a la remendada desconexión con el digno edificio modernista de la Estación del Norte. Orientada hacia Xàtiva, al sur y mirando al Ayuntamiento de València. Como si se dijeran mutuamente: ¿qué hacemos espiándonos de reojo, frente una plaza imposible, mil veces repensada. Siempre inacabada. ¿Nunca integrada con la ciudad en su rol ancestral de Cap i Casal del País Valenciano?

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