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Valencia: La ciudad real y el gobierno de la complejidad

Pepe Reig / Francisco Sanz

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“En la tensión entre el control por el estado del territorio y el empoderamiento de las sociedades contemporáneas, las ciudades son el frente de resistencia. La capacidad de las grandes urbes de dotarse de instrumentos para gestionar su potencias y sus recursos, será clave para decidir quién gana y quién pierde.”

José María Martí Font. La España de las ciudades. El Estado frente a la sociedad urbana. 2017.

Quiere la casualidad que coincidan en estos días la aprobación de la Ley de Capitalidad, o Carta Municipal de Valencia, y la elección de una nueva dirección política del PSPV en esa misma ciudad.

Quizá se objete que la Ley llega tarde, pero no será por falta de empeño de los socialistas: hace más de diez años, gracias a una iniciativa del entonces portavoz socialista en el Ayuntamiento de Valencia, Rafael Rubio, se incluía una tímida mención a esa capitalidad en la que sería la Ley de Régimen Local Valenciano. Más tarde los diputados Cristina Moreno y el ahora presidente de la Generalitat, Ximo Puig, defendieron en las Cortes Valencianas la propuesta aprobada por el pleno municipal. Y Carmen Alborch, a principios de 2011, propuso un texto alternativo al muy deficiente e insuficiente presentado por el Partido Popular.

Lo bien cierto es que Rita Barberá y su partido nunca mostraron mucho entusiasmo por dotar a Valencia de un estatuto especial, con competencias compartidas con la Generalitat. Un estatuto que habría debido ser el germen de la ciudad metropolitana, si se hubiera sabido reconocer que esa es, precisamente, la ciudad real que tenemos: una ciudad de 800.000 vecinos envuelta en una red urbana con la que suma 1,7 millones de habitantes. La tercera aglomeración de España. Una conurbación que, con su complejidad y sus potencialidades, era preciso situar en el sistema de ciudades español, europeo y  mundial. Pero Rita, con la “alergia al plan” que padecen quienes apuestan por dejar sitio a la especulación, prefirió el escaparate de los eventos a la gobernanza de la complejidad.

Ese volver la espalda a la Valencia metropolitana no era más que miedo a la izquierda, según explica el gran Josep Sorribes en su imprescindible libro Rita Barberá, el pensamiento vacío: “Rita conecta con la vieja tradición blasquista de una república urbana, de una nueva Venecia o Florencia aunque a principios del XX los blasquistas tenían la excusa de estar rodeados de un mundo rural hostil, clerical y de derechas, mientras que Rita está rodeada de un ”cinturón rojo“.

Ese “pensamiento vacío” que no entiende de complejidad es lo que conocemos como “neocon”. Esa suerte de derecha dura y “sin complejos” que, aprovechando la fragmentación de las clases populares, logró arrebatar la hegemonía cultural a las fuerzas de progreso. Rita empezó por desactivar el Consell Metropolità de L’Horta, el instrumento con el que la izquierda había empezado a configurar esa Valencia metropolitana y, envolviéndose en su  populismo anti-intelectual, rompió la conexión entre gobernanza urbana y pensamiento progresista, que había ligado el “cinturón rojo” con la gran urbe.

Perdida aquella gran oportunidad por los sucesivos gobiernos conservadores, hoy la implacable realidad de los hechos, la caótica herencia de una Valencia de escaparate, disminuida por una gestión cortoplacista y maltrecha en su identidad urbana por la falta de políticas de igualdad, obliga a repensar la ciudad y diseñar una estrategia para reunir lo disperso y gobernar lo complejo.

Así las cosas, con la Ley de Capitalidad de la Ciudad de Valencia que se aprueba estos días, los socialistas aspiramos a enlazar con el gobierno de Ricard Pérez Casado, alcalde innovador e impulsor del desaparecido “Consell Metropolità de l’Horta”, el gobierno de la cohesión social y de la ciudad abierta. Querríamos dar comienzo a un nuevo modelo de ciudad compacto, diverso, social y sostenible.

Ese es el tema de fondo que debiera alimentar el debate en el proceso de primarias que registra justo ahora el PSPV de Valencia. En este sentido la candidata a la secretaría general del PSPV de la ciudad de Valencia, Sandra Gómez, acierta al plantear no sólo un modelo de partido, moderno y adecuado a ese mundo complejo, sino un modelo y un proyecto de ciudad, que se apoye en la robusta sociedad civil de este “cap i casal”.

Pero para que ese proyecto sea posible, se requiere del empuje suficiente para vencer demasiadas inercias del pasado: inercias municipales de años de conservadurismo e inercias de partido arraigadas en años de resignación o desesperanza. Se requiere una alternativa de “gobernanza”, un modo nuevo de ejercicio del poder, volcado en la cooperación, la flexibilidad y la disposición a escuchar. Que necesita y busca la participación de la ciudadanía activa, cada vez más preparada y exigente, que procura el encuentro con la iniciativa privada, también necesitada del aprendizaje de lo público.

Ese es un reto demasiado grande para no requerir de la máxima complicidad entre socialistas. El reto, que compartimos con la amplia base social progresista, consiste en hacer efectivo el derecho a la ciudad, a un espacio público de calidad. El derecho a la vivienda, a la formación, a la salud o el cuidado. El derecho a trabajar para un proyecto de vida. El reto, en definitiva, es posibilitar un “salario ciudadano complejo”, en palabras de Jordi Borja.

Las primarias son el procedimiento de aquella complicidad, a condición de que impliquen un debate a fondo sobre modelos, sobre propuestas. En este debate, creemos, Sandra Gómez ha intentado recoger aquella tradición de pensamiento que unía el cinturón rojo y el progresismo local para construir un relato nuevo. El relato colectivo de una Valencia metropolitana. Mejor que tenga suerte.

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