La brecha de género en el uso de la bici: del sillín de “hombres” al acoso y la violencia machista
A la hora de usar la bicicleta en las tres capitales vascas existe una brecha de género entre hombres y mujeres. Se trata de una brecha de género “motivada por la deficiente infraestructura ciclista, la desigual socialización de género y los prejuicios y estereotipos que siguen acompañando al uso de la bici desde la mirada androcéntrica, así como por las experiencias de acoso y violencia que viven las mujeres en el entorno urbano”. Así lo concluye el estudio del Instituto Vasco de la Mujer, Emakunde, “Mujeres en bici por las calles de las capitales vascas. Diagnóstico participativo con perspectiva de género”, realizado por Laura Latorre Hernando, investigadora, formadora, terapeuta narrativa y ciclista urbana, y Guillermo Vera Idoate, especialista en antropología y ética ecológica, y ciclista activista, a partir de entrevistas y relatos de mujeres usuarias de la bicicleta como transporte urbano.
Tras realizar un acercamiento a las motivaciones para utilizar la bicicleta y analizar el uso del espacio urbano que hacen las mujeres ciclistas, han evaluado las diferencias entre hombres y mujeres en los materiales de las propias bicis, el autocuidado que ellas tienen para protegerse en carretera o la violencia machista que está latente en ese al igual que en otros espacios de la sociedad. “Cando yo empecé, no había bicis para mujeres de ningún tipo. Ni sillines para mujeres, ni específicos de mujeres. Las bicis estaban diseñadas para los señores. Es muy importante, un buen sillín y una bicicleta de tu talla. Y los cuadros de mujeres, las bicis de chicas, tienen una geometría un poco diferente, porque las chicas tenemos los hombros un poquito más estrechos, entonces el manillar es muy importante llevarlo a la anchura de los hombros, lo que tú necesites de tus hombros. Entonces la geometría de las bicis de chica es así, un poquito más corta. Esa geometría es importante para ir cómoda a la hora de hacer muchos kilómetros”, relata una de las usuarias entrevistadas.
La mayoría de ellas confiesa que utiliza la bicicleta en su día a día para ir al trabajo, además de por razones medioambientales, porque otros métodos de transporte les estresan y las emociones de la bici (liberación, tranquilidad o paz) no las tienen con otros métodos de transporte. “Es muy eficiente. O sea, vas de puerta a puerta. A mí me agobiaba meterme en el metro todos los días por la mañana. La gente tenía la cara gris. Y de repente empecé y es muy agradable. Llegas al trabajo de otra manera porque si vas por el bidegorri ves a gente pasear, a perritos...El contacto es muy distinto”, reconoce otra de las entrevistadas.
Las mujeres ciclistas de las tres ciudades constatan que donde existen carriles bici, estos son la primera opción de desplazamiento a pesar de que muchas veces relatan que no son los recorridos más eficaces. El uso de las calzadas compartidas con tráfico motorizado, incluso a pesar de las medidas de calmado de tráfico, es mucho más reducido por miedo y precaución y prefieren utilizar las aceras aun a riesgo de ser multadas o tener conflictos con peatones.
Para evitar ese miedo, las mujeres usuarias de la bici van adquiriendo estrategias, habilidades y rutinas que les permiten sentirse seguras mientras circulan por la ciudad. “Estas estrategias son una forma de cuidarse a ellas mismas, a las demás personas y al entorno, ante los riesgos y peligros que supone el uso de la bici. No todas las mujeres comparten las mismas estrategias, en algunos casos son similares y en otros son de carácter personal. En ese sentido, el uso del casco en la ciudad resulta muy minoritario al no ser obligatorio en vías urbanas, aunque valoran su utilidad como medida de seguridad. De las mujeres participantes, alrededor de un tercio asegura usar casco en la ciudad y dos tercios no lo usa nunca”, destaca el estudio.
Las mujeres ciclistas desarrollan múltiples y diversas estrategias de autocuidado, evaluando cada situación y tomando decisiones que minimizan el riesgo. Algunas adaptan sus horarios y las vías utilizadas después de evaluar el estado del tráfico, mientras que a otras les ayuda conocer el camino, la confianza en sí mismas, y mantener la calma. “En mi caso lo más importante es la confianza en una misma y mantener la calma. Conocer los caminos, es importante y recordar mi capacidad, para mí es como decir, a ver, que puedes hacerlo, que lo has hecho muchas veces, que controlas esto, que tienes muchos recursos. Y luego sí, mantener la calma, sobre todo cuando pasan cosas como que los coches te dicen algo, te gritan, cuando no tienen razón y así, es como... Vale, ya está, y intentar olvidarlo antes posible, porque no quiero que esto me amargue o que me afecte más de lo que ya ha sido”, explica otra de las entrevistadas.
Uno de los apartados del estudio recoge la violencia machista en el uso de la bicicleta entendiendo la violencia machista como estructural, sistemática e histórica, por lo que los cuerpos de las mujeres no solo viven apropiaciones individuales, sino también colectivas. “En ese sentido, entendemos que la violencia motorizada y sexualizada que viven las ciclistas no puede estar al margen de la violencia estructural que viven por el hecho de ser leídas como mujeres. La gran mayoría de mujeres participantes reconocen haber vivido experiencias de acoso vial cotidianamente en el contexto urbano. Fundamentalmente relacionadas con conductores y conductoras de vehículos motorizados (coches, taxis, autobuses, motos) aunque también en menor medida con viandantes, patinetes y otros ciclistas. Con los vehículos motorizados han vivido situaciones como: adelantamientos a alta velocidad y sin la distancia de seguridad adecuada, hostigamiento e intimidación para que circulen más rápido o se aparten mediante el claxon, la aproximación temeraria o la aceleración ruidosa del vehículo, vehículos que no les ceden el paso o que se saltan los semáforos y conductores y conductoras que las increpan para que se vayan al bidegorri cuando hacen uso de la calzada”, detalla la investigación.
Destacan especialmente en las tres ciudades la agresividad de muchos conductores de autobuses urbanos y taxistas como protagonistas de situaciones de acoso y hostigamiento, habiendo sido responsables de atropellos y accidentes de diversa gravedad a ciclistas. Aunque es cierto que en la mayoría de los casos, no relacionan el acoso vial directamente con el hecho de ser mujeres, sino con ser usuarias de bici. Sin embargo, algunas sí reconocen haber vivido escenas en las que el hecho de ser leídas como mujeres ha contribuido en la violencia recibida, ya sea por el tipo de insultos, las miradas, los gestos, las referencias al cuerpo o el nivel de agresividad de la interacción. “La mayor agresividad o el darse permiso para cierto tipo de insultos tiene que ver con una cultura machista que entiende que los hombres pueden opinar y juzgar los comportamientos de las mujeres y que, además, ellas están obligadas a callarse y aguantar. En muchos casos, esos hombres no se arriesgarían a increpar de la misma forma a un hombre por el miedo a recibir diferentes formas de violencia como respuesta. En este sentido, para algunas ha sido revelador detectar que el acoso es mayor cuando van solas o con otras mujeres y disminuye cuando van acompañadas de hombres”, sostiene el estudio.
Este tipo de acoso hace que las mujeres piensen en cómo vestirse por miedo a que su ropa influya en los ataques. Aunque algunas reconocen elegir la ropa por comodidad propia, está muy presente la sensación de sentirse observadas y juzgadas por la mirada masculina. Los cuerpos de las mujeres han sido y son socialmente más observados que los de los hombres, lo que afecta sus comportamientos, percepciones, miedos y vergüenzas. “Por un lado sí que es cierto que cuando voy en bici siempre pienso en si voy a llevar falda, no voy a llevar falda, cómo voy vestida. Porque sé que la gente te mira y tal. Y en ese aspecto sexualizador sí que es algo evidente, ¿no?, sobre todo en verano (...) o que llevas un escote y que sabes que la gente te está mirando, igual no te está diciendo nada pero tú ves miradas lascivas o comentarios al respecto”, comenta una de las entrevistadas.
En este sentido, para algunas la bici es un objeto que se sexualiza desde la mirada masculina tradicional, convirtiéndose en un elemento de hipervisibilidad y sobreexposición para las mujeres. “La forma en que las mujeres se visten o se arreglan mientras montan en bici, sumado al movimiento corporal que supone la bici, es motivo de comentarios y juicios de carácter sexualizado. Esta visión sexualizadora de la mujer en bici no es algo nuevo, es algo que acompaña el uso de la bici desde sus orígenes”, recoge el informe.
¿Cómo responden las mujeres -si lo hacen- a este tipo de ataques? “En cuanto a las respuestas de las mujeres ante las situaciones vividas, consideramos que es fundamental tener presente que el hecho de que la violencia tenga efectos en la vida de las mujeres y de que el miedo condicione el uso que hacen del espacio público, no quiere decir que las mujeres sean pasivas ante las experiencias que les toca vivir. Las mujeres siempre responden, tratando de influir para atenuar los efectos, modificar el entorno, prevenir o parar las situaciones de acoso o las vivencias negativas. Sus respuestas siempre tienen la intención de cuidar algo valioso para ellas y de alguna manera modifican el ambiente. Todas las respuestas son valiosas en tanto formas de resistencia a la normalización de la violencia. En este sentido, las mujeres han podido compartirnos cómo ante las situaciones de acoso y violencia relacionadas con el uso de la bici, utilizan diferentes estrategias con la intención de cuidar su salud mental, física y emocional: increpar, saludar, lanzar un beso, intentar hacer pedagogía, callarse, discutir, confrontar, seguir su camino, poner cara de asco, utilizar el humor y la ironía, ignorar, denunciar, etc”, concluye la investigación.
Por último, se plantean medidas para acabar con la brecha de género en el uso de la bicicleta como implementar la bicicleta en el ámbito escolar, creando calles escolares seguras permanentes que limiten el tráfico motorizado al menos durante los horarios de entrada y salida del alumnado y posibiliten el desplazamiento en bicicleta de niñas y niños; la promoción de la cultura ciclista en mujeres con medidas como campañas de concienciación con perspectiva feminista que colaboren en la normalización de la práctica ciclista entre mujeres de todas las edades y en todos los ámbitos: urbano, carretera, montaña; más sensibilización y formación a conductores, ciclistas y peatones; políticas públicas como la creación de protocolos antiacoso a ciclistas que hagan efectivo el respeto a las personas ciclistas por parte de las y los conductores o medidas coercitivas, como sanciones económicas, para que realmente se cumpla la normativa o la creación de infraestructuras como más bidegorris o aparcabicis entre otras.
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