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¿Quién se acuerda de Zaplana?

Alfons Cervera

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Nadie. De Eduardo Zaplana ya no se acuerda nadie. Y menos aún en estos días en que todas las noticias hacen referencia al descuartizamiento de Pedro Sánchez cortado a pedacitos, sin compasión alguna, por la cuchillería infame de su propio partido. Para aliviar una miaja la presión sobre ése y otros asuntos que copan las primeras páginas de los medios de comunicación, refresco algunos datos de su biografía -la de Zaplana, digo-, una biografía que él mismo se ha escrito en forma de memorias y que será publicada el próximo noviembre. Fue alcalde de Benidorm con la ayuda de una tránsfuga socialista en 1991. Poco a poco fue ascendiendo en el organigrama del PP. Llegó a Presidente de la Generalitat, cargo que desempeñó de 1995 a 2002. En esa fecha, Aznar lo nombró Ministro de Trabajo y también ejerció de portavoz de su gobierno. Cuando estallaron los trenes en Madrid el 11 de marzo de 2004, se convirtió en el principal portavoz de las mentiras inventadas por Aznar y su gobierno para adjudicar a ETA la masacre. Hace unos días, con motivo de la presentación adelantada de sus memorias, aún aseguraba en una cadena de radio que no estaba clara la autoría de los atentados de Atocha y sus alrededores.

Pero la imagen más difundida de Zaplana es de 1990, cuando estalló el caso Naseiro: el primer caso, al menos el primero conocido a bombo y platillo, de corrupción en el Partido Popular que tuvo de protagonista a uno de sus tesoreros. La policía graba una conversación entre el entonces concejal del PP en el Ayuntamiento de Valencia, Salvador Palop, y su colega de partido Eduardo Zaplana. En realidad, la policía investigaba por cuestión de drogas al hermano de Palop. Pero pilló infraganti a Zaplana mostrando sus precoces aspiraciones en el mundo de la política. Las frases exactas fueron las siguientes: “me tengo que hacer rico porque estoy arruinado, Voro”. Y poco más tarde, en la misma conversación, la que remataba aquellas aspiraciones: “tengo que ganar mucho dinero, me hace falta mucho dinero para vivir. Ahora me tengo que comprar un coche. ¿Te gusta el Vectra 16 válvulas?”. Y aún más adelante, le cuenta a Palop que piensa hacer negocios en la Expo de Sevilla: “Vamos a vender y comprar, y a hacer de intermediarios”. Y aún con más detalle explica lo que quiere decir, por si no había quedado claro: “Tú haces de intermediario de la venta (de un solar de Benidorm), que yo no puedo, y tú pides la comisión a Javier Sánchez Lázaro, ¿eh? Y luego nos la repartimos bajo mano”. El aludido Sánchez Lázaro había sido senador del PP por Extremadura, andaba metido en negocios inmobiliarios y ya pagó comisiones al PP en su momento por recalificaciones de terrenos. Su nombre ha vuelto a salir ahora con motivo de los papeles de Bárcenas. Las grabaciones ordenadas por el juez Manglano de la conversación entre Zaplana y Palop no fueron admitidas como prueba de un posible delito.

La primera -al menos que se sepa- de la larga serie de irregularidades que cometería el luego famosísimo y millonario Eduardo Zaplana había sido absuelta sin que al futuro alcalde de Benidorm se le moviera un pelo de su bien lucido arribaespaña engominado. Aquella conversación no sólo no provocó ningún quebranto a su carrera política sino que dio paso al ascenso fulgurante de un individuo que nunca retrocedió ante nada ni ante nadie. Los casos de presunta corrupción (qué rabia poner presunta cuando hay tantos indicios de posible delito) se sucedieron durante su mandato al frente de la Generalitat. Empezaron entonces los grandes eventos. A lo mejor tampoco se acuerdan ustedes de Terra Mítica. Fueron años fantásticos de burbuja inmobiliaria, una burbuja que ya llevaba tiempo inflándose y ascendiendo hasta las nubes como un globo de los de Julio Verne. Levantabas un palmo de arena en la playa y salía un rascacielos. La construcción empezó a pagar sus peajes. Algunos de los constructores implicados en el fraude de Terra Mítica ya acusaron a Zaplana del cobro de comisiones. Cuando contrató a Julio Iglesias para representar lo valenciano en el mundo, hubo dos facturaciones: una pública y otra bajo mano. Las dos salieron a la luz. Pero no pasó nada. Medio IVEX (Instituto Valenciano de la Exportación) tuvo que exiliarse y no sé si alguno de sus altos mandatarios sigue aún en paradero desconocido. Pero nunca esas acusaciones y otras tantas parecidas encontraron refrendo por los tribunales de justicia. Cosas de esas tan raras que la Justicia nos depara cada día, sobre todo cuando se trata de defender los intereses de los poderosos.

Otro espacio donde ejerció un poder absoluto fue la RTVV. Hasta ordenaba en Canal 9 qué lado de su cara tenían que sacarle las cámaras porque del otro no se veía bastante guapo.

El cinismo fue su imagen de marca. Se burlaba de todo, se sentía en lo alto del pedestal de la política y pronto el Vectra 16 Válvulas se le antojó menos que uno de aquellos miserables Seiscientos de cuando él era un crío. Tuvo todo el poder, y no sólo en el mundo de la política sino también en casi todos los empresariales, financieros y mediáticos. Era el “puto amo”, como dice Wyoming de Luis Bárcenas en su programa El Intermedio. Poco después de que el PP se perdiera en los abismos aznaristas de la derrota, Zaplana abandonó la política. Pero no para irse a su casa sino para representar a Telefónica en Europa. Nada menos. El dinero que gana en esa compañía nadie lo sabe. Una pasta, seguro. Lo último que apareció públicamente -hace unos días- fue que Decuria Consulting SL, una consultora que gestionan él mismo y su hija, facturó desde su creación en 2008 hasta 2015 la nada irrisoria cantidad de 2.166.799,15 euros. Y eso cuando la crisis desangraba este país y lo dejaba más seco que las víctimas de Drácula.

Aquella primeriza aspiración a convertirse en un hombre rico ha superado con creces todas sus casi adolescentes previsiones.

Sobre la corrupción que infecta las tripas del PP hay informes policiales que lo dejan bien claro: esa corrupción empezó con Eduardo Zaplana. No lo digo yo, lo dicen informes policiales, que quede claro. Y la continuaron Francisco Camps y prácticamente todo su partido hasta ahora mismo. Sin embargo, el tiempo ha sido clemente con un tipo que anduvo metido hasta el cuello en asuntos turbios y siempre se salió de rositas, como si nunca hubiera roto un plato. Cuando se fue a Madrid para ser Ministro de Aznar nos sacó la risa: Ministro de Trabajo precisamente él, que nunca había pegado un palo al agua. Le sucedió en la presidencia de la Generalitat durante un rato José Luis Olivas y después ya llegó su eterno sucesor, un Francisco Camps a quien Zaplana llamaba, con un desprecio humillante, Forrest Camps. Un sucesor, por cierto, que hizo bien los deberes encomendados por su maestro: hacer grande un PP a base de chanchullos que ahora están saliendo arracimados, como salen los rebollones en la tierra húmeda y esponjosa del otoño.

La memoria es olvidadiza. Lo que estamos viviendo hoy es tan tremendo que lo que pasó ayer es como si ya perteneciera al tiempo de los dinosaurios. Por eso es bueno -al menos de vez en cuando- echar mano de las hemerotecas y recordar un tiempo en que este país empezó a asentarse como el paraíso de la corrupción gracias a personajes como el hoy olvidado Eduardo Zaplana. Sin embargo ahí está el hombre, saliendo a la palestra con unas memorias en que seguramente se mostrará con la cabeza bien alta y dándonos lecciones de ética y de sabiduría política. Precisamente él hablando de ética. Precisamente él. Precisamente.

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