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Gestión de descontentos: el éxito de la vía valenciana contra la pandemia

Vacunaciones en la Ciudad de las Artes de València.

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Dijo Anatole France que gobernar es crear descontentos. Nunca ha sido tan cierto como al tener que hacer frente a una emergencia de salud pública de la envergadura de la pandemia de COVID-19, que ha obligado a los gobernantes de todo el mundo a adoptar decisiones restrictivas de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Algunos han visto en esa gestión de los descontentos una oportunidad y otros, en cambio, una responsabilidad.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ganó de forma muy amplia el pasado 4 de mayo unas elecciones que ella misma precipitó gracias a la popularidad acumulada por haber hecho poco caso a la responsabilidad y mucho a la oportunidad en medio de esta tragedia sanitaria. El presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, en cambio, ha primado sobre todo la responsabilidad. Y los resultados no se han medido en votos sino en los niveles más bajos de incidencia del coronavirus en España y en toda Europa sostenidos a lo largo de semanas.

La estrategia contra la pandemia a la valenciana no ha sido perfecta, ha tenido sus altibajos, sus errores y un momento crítico en la alarmante incidencia de contagios, hospitalizaciones y muertes que se registró en la tercera ola, tras abrir la mano para las fiestas de Navidad. Hubo en esa fase tensión en el seno del Pacto del Botánico entre los socialistas y Compromís, entre Ximo Puig y la vicepresidenta Mónica Oltra, pero se supo rectificar y enfocar el problema con el rigor de unas medidas tan necesarias como impopulares, apoyadas en las recomendaciones científicas y sanitarias.

Entre causar descontento por los cierres y limitaciones en la hostelería, el turismo y el ocio nocturno, así como por las restricciones de movilidad y de reunión social y por el toque de queda, o engrosar de forma intolerable las cifras de muertos y contagiados, el Gobierno valenciano escogió la vía de la prudencia, pisando el freno tanto como hizo falta en busca de ese equilibrio imposible entre la defensa de la actividad económica y la preservación de la salud de las personas, mientras articulaba medidas de apoyo a los sectores afectados bajo el paraguas de un concepto elocuente con el que bautizó su plan: “resistir”.

Las discrepancias sobre endurecer o no las medidas, con el desafío de perjudicar lo menos posible la vida de las empresas y de la población al hacer frente a la emergencia sanitaria, se ventilaron en el seno del propio pacto de gobierno entre el PSPV-PSOE, Compromís y Unides Podem. La oposición no reclamó ni una vez medidas más rigurosas. Al contrario, el PP y Ciudadanos se alinearon sistemáticamente con las quejas y manifestaciones de quienes pedían más laxitud. ¡Y qué decir de la irreductible actitud de boicot de Vox desde la ultraderecha!

El caso, tal vez circunstancial pero sintomático, es que en este momento, cuando ha decaído el estado de alarma, avanza la vacunación masiva y las miradas pueden empezar a orientarse a la fase de recuperación, la oposición en las Corts Valencianes se ha quedado sin líderes, con la huida de Toni Cantó de Ciudadanos y la dimisión de la dirigente del PP valenciano, Isabel Bonig.

En efecto, gobernar consiste a veces en gestionar descontentos. Y hacerlo o no con criterios de servicio público en medio de una crisis gravísima revela las prioridades políticas y morales de quienes ejercen el gobierno. Pescar en el río revuelto de la pandemia puede dar resultados a corto plazo, como se ha podido comprobar. También causa más muertes. O mejor dicho, impide evitar que se produzcan.

No creo que se trate de una diferencia entre izquierda y derecha (en Europa hay gobiernos conservadores que han actuado también con sentido común, con civismo y decencia). Tampoco de un desequilibrio inevitable en el peso de los argumentos políticos sobre los criterios médicos y científicos a la hora de tomar decisiones. Max Weber lo explicó cuando reflexionaba sobre el papel de los políticos y los científicos o académicos en la vida pública. “No se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio sin atentar contra la dignidad de una y otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas. Pero pueden adoptarse actitudes políticas fuera de la universidad, y la posesión del saber objetivo, aunque no indispensable, es ciertamente favorable para una acción razonable”, escribió. Nunca ha sido más cierto que ahora.

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