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CV Opinión cintillo

La política del dolor. ¿Quién politiza las catástrofes?

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Hace ya algunos años, en un libro que en lo esencial no ha perdido su vigencia (Pirámides de sufrimiento), Peter L. Berger afirmaba: “El imperativo moral más urgente en la toma de decisiones es el cálculo del sufrimiento”. Las decisiones, y de manera muy especial las decisiones políticas, tienen costes y una ética política mínima debe contemplarlos. Trasladaré esta tesis a nuestro contexto.

Entre los eventos con consecuencias catastróficas que la población de la Comunidad Valenciana puede sufrir, y ha sufrido con cierta frecuencia, se encuentran los incendios y las inundaciones. Estoy seguro de que muchas personas ya han pasado por ambas experiencias. Se trata, además, de eventos que tienen desde hace algún tiempo formas extremas de manifestación, como ha sucedido con la dana del año pasado. Ambos están conectados con el cambio climático, así como las olas de calor que están siendo especialmente acentuadas este verano. Las catástrofes que derivan de ellos no son naturales, sino sociales, culturales y políticas y se vienen preparando desde hace tiempo. Resulta, por ello, llamativo que determinados políticos acusen a las víctimas de estar politizadas e instrumentalizar el dolor y el sufrimiento con fines espurios y deleznables.

Recuerdo bien el incendio que tuvo lugar en los montes de los Serranos en los primeros días de julio de 1994. ¡Tan sólo ardieron unas 25.000 hectáreas y desde Chelva las llamas llegaron hasta Villar del Arzobispo! Tuvo una incidencia relevante en Chulilla, donde el fuego, en un visto y no visto, se descolgó por los cinglos, cruzó el río y subió por la Muela. Lo viví de cerca y redacté un artículo para la prensa que describía las formas de desorganización que tuve ocasión de presenciar y sufrir entre quienes se suponía que gestionaban el control; también la ausencia de interoperabilidad de las comunicaciones. La irritación y rabia de los vecinos de Chulilla se tradujo en una asamblea en el templo parroquial, donde se hizo un análisis de lo vivido y una denuncia de la ineficiente actuación de quienes tenían la responsabilidad de la gestión. El director general de interior del momento, en un comunicado oficial, se refugió en informes técnicos y acudió, como ya era habitual, a los reproches: habló de la “utilización negativa” del incendio y de “la utilización del dolor de una población como bandera mezquina”.

En la dana del 29 de octubre de 2024, en la provincia de Valencia ha habido 228 víctimas mortales. Una cifra extraordinaria. En los ataques que reciben constantemente las asociaciones creadas para defender derechos, exigir verdad, reparación y reconocimiento de la dignidad de las personas fallecidas, también se habla de la utilización del dolor y de la politización. Pero es que el dolor y el sufrimiento, como afirmaba Berger, tienen un carácter político que quienes han tomado las decisiones erróneas quieren ocultar. Lo hacen hablando de desastres naturales, donde hay decisiones dañinas, negligentes y perversas.

¿Se puede tener un cargo político de la máxima responsabilidad y no estar pendiente del teléfono móvil durante una comida privada (o pública)? ¿Se puede seguir con la comida y la conversación como si no pasara nada si la población a la que se representa está en una situación de grave riesgo? ¿Se puede continuar en la silla (o en el sofá) sin hacer acto de presencia donde se han de tomar las decisiones más pertinentes que afectan a la población a la que tú representas con independencia de lo que digan los planes de emergencia sobre la responsabilidad máxima? Se puede. Se puede y lo hemos visto. Pero, también podemos y debemos preguntar qué sentido moral de la política tiene quien así se comporta.

La primera parte del libro de Peter Berger está dedicado a los costes y sufrimientos provocados por los procesos de modernización capitalista y desmontar sus mitos: “desarrollo significa crecimiento bueno y modernización deseable”. Atención: no son neutros y comportan juicios de valor y “una política libre de valores es un absurdo”. ¿Fue la supresión de la Unidad Valenciana de Emergencias, creada en febrero de 2023, por el gobierno anterior, una decisión política libre de valores? Se dijo que el objetivo de dicha medida era optimizar recursos públicos. Estamos dentro del cálculo de costes/beneficios. ¿Es este cálculo neutro o apolítico en relación con el sufrimiento? ¿La decisión -política, qué otra cosa podría ser- de enviar una alerta tarde y con contenido errado tuvo costes humanos?

Sabemos que en torno al cambio climático las posiciones de derecha promueven una batalla cultural. Donald Trump no ha eliminado todavía la Agencia Federal de Gestión de Emergencias como anunció en la toma del poder, pero redujo el personal de la misma y había despedido al experto más necesario en la reciente inundación producida por el desbordamiento del río Guadalupe en Texas. Eso sí, acudió pronto al escenario del desastre, en que murieron 138 personas, y ante las críticas recibidas las tachó de improcedentes y se evadió diciendo que nadie podía preverlo, porque estos eventos solo suceden cada cien años ¡Qué comprensión más audaz de las estadísticas! Política hacemos todos y todo el tiempo, pero qué hace quién adopta posiciones partidistas y negacionistas, quién ignora los costes en sufrimiento de sus decisiones.

Ante una catástrofe causada por un evento del tipo que sea, hay dos políticas imprescindibles y primeras: la política de la vida y la política del trauma. Para la primera hace falta garantizar a la población que recibirá las alertas en el momento adecuado y con el significado oportuno y que se pondrán a su disposición inmediata todos los recursos; para la segunda, se requiere sensibilidad para visitar las casas y familias de las personas fallecidas desde que se han levantado los cadáveres; acompañarles en el duelo y, en una sociedad plural como la nuestra, celebrar sin demoras innecesarias los rituales y ceremonias civiles imprescindibles para ayudar a llevar el duelo y a reconstruir las esperanzas.

Es verdad: las asociaciones hacen política; es verdad: quienes pedimos auditorias civiles en vez de comisiones partidistas, hacemos política; las manifestaciones pidiendo dimisiones y responsabilidad, son política; los lemas y pancartas son políticos. Decir que se quiere conversar con todas las asociaciones es política; pedirles que acudan al Palau de la Generalitat, es política partidista poco compasiva y un punto monárquica.

Las asociaciones y comités locales están plantando oliveras en los pueblos inundados. Evocan los árboles mayo de la cultura popular; los árboles de la libertad de los movimientos ciudadanos en la era del nacimiento de las democracias. Son actos políticos para reivindicar la memoria y alimentarse con la resistencia y el renacimiento de la sociedad. Recordémoslo: “El imperativo moral más urgente en la toma de decisiones es el cálculo del sufrimiento”.

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