Las segundas nupcias de Calatrava
Dado que Santiago Calatrava ha abandonado su exilio voluntario en Suiza, donde reside y trabaja, y que anda estos días paseando por su Valencia natal, tal vez la clase política esté en condiciones de reflexionar primero y de entonar un “mea culpa” después por la demonización a que sometió durante años al de Benimamet, un vía crucis de difícil comprensión desde el ámbito cultural, por mucho que se envuelva el ámbito cultural entre hormigones muy caros. Hablo de la clase política en general, aunque me refiero a la clase política de la orilla izquierda, y de una determinada orilla izquierda. Absténgase el PPCV, pues, de entonar el “me culpa” o de involucrarse en la “rehabilitación” moral de Calatrava porque no es asunto suyo (lo digo porque como en el Palau son nuevos, igual se apuntan a la catarsis absolutiva, lo cual es innecesario). La utilización del lenguaje del odio no se coció en el PPCV -estaba gobernando y encargándole cosas- y, por tanto, la celebración de las segundas nupcias felices de Calatrava con su tierra natal, su restitución desde una perspectiva objetiva, ha de provenir de los que se pasaron años y años fustigándole. Lo apuntaba el otro día el periodista crítico Joan Carles Martí (y digo crítico porque sabido es que la prensa dejó un mal día de reflejar el mundo para pasar a inventarlo, cosa que imitan hoy todos, hasta lo estamentos del Estado). Esos latigazos de la izquierda más a la izquierda contra Calatrava entiendo yo que estaban “motivados” por dos cosas: por los sobrecostes de las obras (como si esta circunstancia recayera individualmente en el arquitecto y no en los demás) y por la “colaboración” con la derecha valenciana (como si a los artistas de la arquitectura y de la plasticidad, que no son los de las letras, les importara quién está al mando: sólo les importa su obra, los gobernantes pasan). La tercera opción consistiría en una animadversión cerval hacia el estilo del arquitecto, una “calatravafobia”, una ojeriza hacia los esqueletos, las peinetas y esas cosas, aunque no sé, parece algo raro. Sería excederse con las teorías académicas del gusto. Los años, sin embargo, pasan, lo que es una evidencia palmaria, y los criterios se renuevan -o no- y hasta quizás se pueda descodificar los anteriormente codificado, prejuicios incluidos. De modo que también puede darse un renacimiento gestual refundador de la mirada hacia Calatrava, porque, se quiera o no se quiera, su arquitectura constituye también la epifanía de un tiempo, y el tiempo no solo es de los humanos sino también de los dioses. Y Calatrava es de Benimamet.
Pudo “rehabilitarlo” el Consell de Ximo Puig en nombre de la izquierda, pues sus antecesores engendraron la Ciudad, pero quizás los socios en el Consell aún blandían convicciones muy estrictas o sesgadas y eso frenó la intención
Los políticos, en general, tienen una tendencia casi enfermiza a patrimonializar a los artistas. A apropiárselos. Y si el artista hace un desplante y se va con las siglas de enfrente cae sobre él una tempestad eléctrica. (Son mayoría, porque al pintor o al escultor o al músico, ya está dicho, les preocupa su obra y no un señor con las siglas en la solapa). Pujol se llevaba a sus giras por Japón a Tàpies porque en Tokio conocían a Tàpies, no a Pujol. O eso reza la leyenda. Y así todo. La dialéctica de la apropiación debida o indebida del artista o de la obra del artista -en el caso de que el artista haya fallecido- hay que tenerla muy en cuenta, porque es una de las claves que explican los turbulentos episodios de los creadores en relación con la política del entorno. Es cierto que el caso de Calatrava es excepcional, porque los arquitectos e ingenieros necesitan muchos años para levantar una obra y los políticos son a menudo efímeros (observemos el Museo de las Ciencias. ¿Cuántos jefes del Consell han pasado ya y cuántos pasarán?). Es un dilema de difícil solución, que también expresa la tensión entre las administraciones y los grandes proyectos. La Ciudad de las Ciencias se la encargó a Calatrava el PSOE de Joan Lerma y la inauguró Eduardo Zaplana años después. Uno cree que tampoco el arquitecto supo renovar las necesarias complicidades con quienes habían concebido el complejo y colocaron las bases para la exposición de Nueva York. Cada cual lleva su carga de culpa o de descuido en esa especie de muro levantado entre Valencia y Calatrava. Sí, pudo “rehabilitarlo” el Consell de Ximo Puig en nombre de la izquierda, pues sus antecesores engendraron la Ciudad, pero quizás los socios en el Consell aún blandían convicciones muy estrictas o sesgadas y eso frenó la intención. O tal vez ni se planteó. Pero algún día habrá que hacerlo, el colocar la obra de Calatrava en sus justos términos “locales”, que internacionalmente ya va servida, y a la figura de Calatrava en su justo lugar en su tierra, que es la nuestra. Insisto: la iniciativa no puede partir del PPCV porque estaremos en las mismas: jugará el PPCV fuera de encuadre. Le toca a la izquierda, que infestó de pesadillas la imagen del arquitecto. Y, por supuesto, le toca también al de Benimamet alentar movimientos para modificar tanto el pasado como el futuro. Esta es una historia absurda que dura demasiado tiempo.
2