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Cuando los gigantes le daban al rock duro

Jimmy Page y Robert Plant durante un concierto en Chicago en 1972

Montero Glez

A finales de septiembre de 1980, el tenista sueco Björn Borg apareció por televisión entrenándose. Tal asunto no hubiese sido noticia si —días antes— Borg no hubiese perdido el US Open  frente a McEnroe, la estrella en alza que le arrebató la hegemonía en las pistas de tenis. 

Los que pudimos ver aquellas imágenes de Borg entrenándose, raqueta en mano, mientras intentaba mantener a raya a los demonios del fracaso, pudimos observar que —además de su eterna cinta en la frente fijando los cabellos de vikingo— llevaba una camiseta de Led Zeppelin, la banda británica de rock que en aquellos días también era noticia por la trágica muerte de uno de sus miembros. Lo de la camiseta fue un gesto del tenista  por mantener la memoria viva de su amigo de juergas, un tipo grandote y barbudo que vivía en una borrachera continua: John Bonham.

Así fue como algunos de nosotros conocimos al grupo donde John Bonham tocaba la batería. Luego, con el tiempo, Led Zeppelin se convertiría en el grupo que alumbraba el botellón de la época; el final de fiesta con su Stairway to Heaven, canción que coronaba nuestras noches de porro y litronas. Siempre había alguien que se la sabía a la guitarra; era entonces cuando llegaba el delirio. 

Contaban que si cogías el disco y ponías del revés la canción, la letra empezaba a hablar del diablo. No era de extrañar. La relación entre Led Zeppelin y la magia negra venía de lejos y sus seguidores la alimentábamos entre calada y calada. Su guitarrista Jimmy Page era simpatizante del mago Aleister Crowley, llegando a comprar su mansión en Escocia, donde Page practicaba rituales satánicos. Eso decían. Entre unas cosas y otras, todas aquellas leyendas convirtieron a Led Zeppelin en un grupo atractivo para todos los que intuíamos que el mundo invisible existe, que es tan real como el que se puede percibir a primera vista.    

Por aquellos años,  el grupo Led Zeppelin ya estaba disuelto y si no fuese por Stairway to Heaven —que seguía sonando en los botellones— y por la película que, de vez en cuando, pasaban por el cine Covadonga -el Covacha-  el grupo, en cuestión, era inexistente. Los Led Zeppelin, y con ellos todos los grupos de rock, estaban perdiendo su hegemonía a pasos de gigante. Primero vino el punk a herirlos de necesidad, y luego serían rematados por la New wave y su pulso acelerado en temas cortos. Punteo y sinfonismo quedaron atrás, dejando paso a la frialdad de los sintetizadores y las percusiones electrónicas. 

En estos días, la editorial Alianza publica en castellano la biografía definitiva de Led Zeppelin escrita por Mick Wall, periodista musical británico que consigue hacer de cada uno de sus libros una crónica extensa y minuciosa que no deja sitio al aburrimiento. Nunca. Las biografías de Lou Reed y Prince (ambas en Alianza) así lo demuestran. En esta ocasión, Mick Wall arranca su crónica desde el asesinato de Martin Luther King, pocos meses antes de que el verano del odio cayese sobre Estados Unidos. Estamos en marzo de 1968, y frente a las puertas de un teatro neoyorquino  se agolpan las melenudos y chicas en minifalda que han ido hasta allí para ver a los Yardbirds, la banda de Gran Bretaña famosa por haber albergado entre sus filas a los mejores guitarristas ingleses: Eric Clapton, Jeff Beck y Jimmy Page, su último y definitivo guitarrista. 

Después de aquella gira, los Yardbirds se separaron para siempre, y Jimmy Page montó Led Zeppelin junto a Robert Plant, John Paul Jones y John Bonham. El libro no escatima en detalles. Cabe destacar la elaborada información que el periodista Mick Wall maneja acerca de  la muerte de Bonham, en la mansión que Jimmy Page le acababa de comprar al actor Michael Caine en Windsor.  

El mismo día de su muerte, por la mañana, Bonham se desayunó  cuatro vodkas con naranja. Luego siguió bebiendo hasta que llegó la tarde y se quedó dormido en el sofá. A media noche fue arrastrado a la cama por uno de los asistentes de Page y cuando, a la tarde siguiente, fueron a despertarlo, Bonham estaba muerto. Fue el final de Led Zeppelin, un final anunciado desde su último disco In Through the Out Door, un trabajo donde —según señala Mick Wall, de manera acertada— el cantante  Robert Plant se permite ciertos fraseos a la manera punk en señal de rendición.

Por decir no quede que, a partir de entonces, el tenista sueco Borg siguió perdiendo partidos frente a McEnroe, la nueva estrella del tenis. El diablo cambió los tiempos y el rock'n roll se quedó como fondo de catálogo de las compañías discográficas.

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