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La compleja reconversión del turismo de sol y playa: más sostenible, con menos precariedad y una “ruta verde” para que vuelvan los europeos

Imagen de la playa de Benidorm cerrada al público.

Sergi Pitarch

Valencia —

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La crisis del coronavirus ha caído como una bomba en el turismo mundial y por ende en España, junto a Italia, Francia y EEUU las potencias mundiales. La limitación de movimientos, el fácil contagio de la COVID-19 y el propio modelo de turismo masivo aplicado en el turismo de sol y playa han puesto contra las cuerdas a un sector que se había convertido en la locomotora de España. El debate sobre el día de mañana está abierto y todos coinciden en que nada podrá ser igual. ¿Pero cómo será el futuro para las playas españolas?

La vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, planteaba la semana pasada abrir el debate para la reconstrucción del sector poniendo al empleado en el centro y alertando de fenómenos de precarización como los que sufren las kellys, las camareras de piso. Su apuesta encontró en la patronal hotelera Hosbec, que aglutina a numerosos hoteles de la Comunitat Valenciana y que ha sido responsable del fenómeno económico de Benidorm, que pidió su dimisión porque consideraba que sus afirmaciones atacaban al sector.

“A corto plazo esta crisis va a ser una sangría, pero hay que aprovechar el momento para que el turismo se arregle. Tenemos empresarios muy competentes y competitivos a nivel global, pero hacen de lobby capturando recursos públicos y atención que, probablemente, no necesitan”, explica Pau Rausell-Köster, economista y director del Área de Investigación en Economia de la Cultura y Turismo de la Universitat de València. “El turismo es uno de los sectores menos productivos y que generan menos riqueza por ocupado y es un sector donde la distribución de valor añadido entre capital y trabajo es más favorable al capital”, apunta Rausell-Köster.

Este economista propone reforzar las ciudades y pueblos con propuestas innovadoras y convertirse en referentes del diseño, la investigación, la sociabilidad, la movilidad sostenible, el espacio público, la vivienda accesible y la interacción amable con el entorno natural. “El turismo es una segunda derivada, si hacemos todo eso ya vendrán los turistas”, señala. Para Rausell-Köster la “ciudadanía produce ciudad, los turistas la consumen. La trampa se puede salvar si convertimos a los turistas en Erasmus”.

“La democratización del turismo y la extensión del low cost hacen que la mayoría del turismo sea de batalla y aquí es donde de verdad somos competitivos. Ponemos en valor nuestro estilo de vida, la sociabilidad y los recursos naturales que nos son comunes y que tienen un coste próximo a cero para las empresas”, relata en relación al actual modelo. Al contrario de lo que plantean algunos economistas y patronales, “pensar en turismo de lujo significa que el valor añadido se lo lleva gente de fuera como las tiendas de lujo o la cadenas hoteleras”.

Lo mismo piensa el director de Econcult del destino de ingentes cantidades de dinero a festivales de música u otras propuestas culturales que no se hayan pensado previamente para los habitantes de ciudades y pueblos. “La productividad del sector turístico es muy baja. Por eso es absurdo hacer cosas culturales para atraer turistas, es como alimentar cerdos con caviar para producir longanizas”, argumenta. “Hay que cambiar de lógica, porque pasamos de producir cultura (productividad elevada) para atraer turistas (productividad baja) a requerir turistas para garantizar la solvencia y sostenibilidad de productos y servicios culturales”, plantea.

Para el director de Econcult, “en una economía sana, es decir, innovadora, inclusiva, inteligente, el turismo no debería pasar del 5% del PIB. Por encima es una hipertrofía que evidencia las carencias en servicios avanzados como la información, la I+D, la creatividad y la cultura”.

Desde los sindicatos también se está reflexionado para que, en el futuro, se mejoren las condiciones laborales. Patricia Carrillo, secretaria general de la Federación de Servicios de CCOO en Alicante, el sector se debe focalizar en la responsabilidad con el territorio y las personas que lo habitan, “no solo en las grandes cifras de pernoctaciones y tasas de ocupación”. “Para este verano se debe reactivar la demanda interna. Debemos salir todos juntos sin competir en precio”, señala y propone: “Y esto pasa por una atención al cliente personalizada, un uso racional el agua, de la energía y repensar la cadena de valor”.

Dani Patiño, responsable de Acción Sindical de CCOO del País Valencià vaticina que habrá “una readaptación de los hoteles”. “Deben hacer habitaciones más grandes y alargar el periodo de comidas. Puede ser el final del todo incluido”, afirma. Esta crisis, añade, “puede favorecer que los turistas vayan más a consumir en restaurantes por miedo a los colapsos en los bufetes”.

Patiño propone la complementación de los salarios del sector turístico con rentas universales. “¿Queremos salarios de 1.200 euros netos al mes, no? El propio valor del trabajo no rendirá en los mismos términos”, afirma

Patiño asegura que el modelo “de playa de concentración” cambiará con la nueva situación y las limitaciones que planteen las administraciones. El responsable de Acción Sindical de CCOO PV alerta de que “todavía no sabemos cómo afectará el miedo” pero puede haber un “efecto positivo sobre la economía sumergida. Y recuerda: ”Hay precariedad porque muchos convenios laborales en el sector están caducados, en Castelló desde 2009 y en València desde 2011“.

Como Rausell-Köster, Patiño también apuesta por un cambio en las políticas de subvenciones al sector turístico.

Para salvar la temporada de verano, sobre todo en el turismo de sol y playa, desde la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas (ESADE) han planteado poner en contacto a las distintas regiones europeas que tienen menos casos aprovechando la desescalada por regiones que han anunciado países como España, Francia e Italia

“Consideramos por ejemplo Baviera, un land alemán, y Mallorca. Si ambos lugares son considerados seguros por una autoridad europea común, se les otorgaría etiqueta verde UE. Se podría entonces viajar entre estas dos zonas verdes con la misma garantía de seguridad que entre dos zonas verdes de un mismo país”, explican en el estudio que firman los economistas Andreu Mas-Colell, Toni Roldán y Max Roser.

Entienden estos economistas que la Comisión Europea sería la que debería dar las etiquetas para evitar las suspicacias. “Los desplazamiento de entrada y salidad de las zonas rojas se limitarían a los estrictamente necesarios” mientras que se facilitarían entre zonas verdes. Esto ayudaría, apuntan, a que hubiera movimientos de personas del norte que beneficiarían las economías del sur.

En relación con economías como la canaria, la balear o la valenciana, sería clave para poder salvar parte de la temporada de verano. “Es crucial obtener la etiqueta verde UE lo antes posible, ya que entrar a formar parte de la red certificada de zonas verdes podría salvar su economía”, señalan.

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